Los miércoles compro La Vanguardia. El suplemento Culturas, que viene encartado, incluye casi siempre, dentro de su irregularidad, algún artículo enjundioso. Pero esta semana el día de compra era el 12, y no pude por menos que deglutir además una extensa reseña de la celebración, el día anterior, de la Diada, el día “nacional” de Cataluña. Las celebraciones nacionales, comprobé de nuevo, son ocasión pintiparada para que los políticos disparen toda suerte de exabruptos, exageraciones, misticismos identitarios y baladronadas.
A la inmensa mayoría de los catalanes, que expresan su cabreo en las encuestas pero porque los servicios públicos tienden al desastre, las carnavaladas a destiempo, con todo, les traen al pairo. El ciudadano, reconoce el propio periódico “no se queda el fin de semana lamentándose o mirándose el ombligo, sino que aprovecha cualquier oportunidad para zambullirse en el Mediterráneo previa contratación de un vuelo barato pongamos que a la isla de Malta. Y a las penas, puñaladas”. Pero los políticos a lo suyo, a hinchar la vena y perorar sobre las grandezas y desgracias de la patria.
Y qué patria, válgame dios. El teólogo Jordi Pujol dejó sentado, nada menos, que “Cataluña es una realidad histórica, de materia y espíritu, de cuerpo y alma, de sentimiento e institución (...) que viene de lejos, de algo mucho más profundo”. ¿Cataluña nació entera y perfecta la semana de la creación del mundo? ¿Describe el Génesis este parto? Es lo que tienen los clarividentes nacionalistas, que dictaminan con desenvoltura que la nación lo es (este es tiene más carga metafísica que toda la filosofía de Heidegger) desde el origen, permanece sustancialmente idéntica a sí misma en el presente y así continuará hasta el día del juicio final. A los sujetos individuales, a los míseros cuerpos de los catalanes concretos y perecederos, sólo les queda asimilar esta verdad que mossén Pujol les recuerda y someterse a ella. Espíritu, alma, sentimiento...
El día reclamaba enormidades. No había que pararse en los ancestros. De modo que el sucesor de Pujol, Pascual Maragall, que es nacionalista mucho antes que socialista (¿qué diablos significa el término en estas exhibiciones de quién tiene más grande la identidad?), dobló la apuesta y defendió sin ambages la independencia de Cataluña, con estado y lo que sea menester. Sabíamos que Maragall puede decir una cosa y su contraria en cualquier momento, pero como ahora está, al alimón con Artur Mas, en temporada de defender que el nacionalismo catalán tiene que refundarse y conformar un nuevo partido, más allá de lo que ahora son los socialistas y CIU, pues qué mejor que ir ese día de más nacionalista que nadie y apelar a la necesidad de la rauxa (la desmesura un tanto enloquecida) frente a, dijo don Pascual, “la parsimonia”. Rauxa, y mucha, es la que tiene el ex molt honorable.
Ya puestos, escribe el periodista de La Vanguardia, “Maragall comparó la querella contra Jordi Pujol por el caso Banca Catalana con el asesinato de Ernest Lluch, lo que de hecho supone un reconocimiento de que el intento de juzgar al ex presidente fue una injusticia”. Hombre, no, el periodista yerra: su comparación lo que supone es el reconocimiento de que estamos ante un cretino y un miserable, o tal vez de que van a tener razón quienes dicen que es un dipsómano. Teniendo en cuenta la lozanía del Pujol que escuchaba a su lado este paralelismo, comparar el caso Banca Catalana y el asesinato de Lluch es como equiparar la tragedia irreversible de la muerte con una multa de tráfico.
Mientras, muy cerca, los más brutos del lugar, y tal vez porque les golpeaba el sol de pleno -no como a las primeras figuras, cómodamente a la sombra en la tribuna-, daban un paso adelante en la misma dirección que los ex presidentes. El actor Joel Joan (¿lo recuerdan en Periodistas?) hizo suyas las palabras de Xirinachs, que se declaró “amigo de ETA y de Herri Batasuna”, y dio paso a las palabras de un batasuno que había ido a Barcelona a lo suyo. Y, en otra vuelta de tuerca, independentistas de varios grupos minoritarios, los más plus del hipermeganacionalismo, llamaron “traidores” y abuchearon a los jóvenes de Esquerra Republicana, que por lo visto ya no tienen lo que hay que tener. ¿Alguien da más? El nacionalismo gana, ya ha ganado posiciones tan sólidas que sólo nos queda el pataleo.
2 comentarios:
Extraña que sea carnavalada, que con tanta precisión describe, represente la victoria del nacionalismo que le haga refugiarse –junto con alguien más, según deduzco de su comentario- en el pataleo. Algo falla aquí.
Joel Joan escribió hace poco en Avui que los españoles eran tipos acomplejados. Aquí se ve que donde esté un buen análisis político, que se quite todo argumento sentimental.
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