Feria del libro antiguo y de ocasión en la Plaza del Castillo. Compro una novela y entre sus páginas encuentro una postal corriente que reproduce el puerto de Fuenterrabía-Hondarribia (sic). En el reverso, las líneas que una mujer, seguro que joven, escribe el 23 de agosto de 1984 a una pareja amiga de Zaragoza. El arranque excita mi atención. “Queridos Ana y Chema, al fin hemos visto el mar”. ¿El mar por primera vez en la vida de la chica? ¿El mar una vez más, dentro del enésimo periplo vacacional? Prefiero inclinarme por la segunda hipótesis, más improbable pero no absurda para una parte de la población del interior español que aún no tenía en 1984 el actual poder adquisitivo y tampoco sufría la compulsión turística que hoy nos devora. La frase revela así, en especial con ese “al fin”, la alegre potencia, casi infantil, de los momentos iniciáticos.
Más intriga destila el final: “Ana, sobre lo que tú y yo sabemos, la cosa va funcionando, a veces me cuesta pero se logra”. ¿Qué era aquello que funcionaba sólo más o menos, con desfallecimientos ocasionales, y que la remitente no pudo evitar insinuar? ¿Qué le afligía o fatigaba tanto? ¿Su relación con quien también firma la postal? ¿Un viejo conflicto familiar o laboral en vías de remisión, pese a lo que “cuesta”? Por sorpresa me he topado con una pequeña confidencia que podría ser el motor para un ejercicio de taller de escritura. Sólo que aquí la materia prima la ponen las tribulaciones que asoman tras la letra menuda, casi escolar, de una mujer que en Fuenterrabía, un día de “fuerte sol”, escribió una postal de verano.
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