24 marzo 2013

De la fotografía y los días felices

Venciendo mi pereza, cruzo la comarca a la peor hora del tráfico para llegar al Centro Huarte de arte contemporáneo. El pequeño esfuerzo merece la pena, porque me mueven dos poderosos reclamos. El primero es que quiero escuchar a Carlos Cánovas, que hablará de la génesis de su libro Navarra. Fotografía, recientemente publicado por el Gobierno de Navarra, y que es una soberbia historia de la fotografía que se ha hecho en Navarra desde mediados del siglo XIX hasta hoy mismo. Carlos no solo es un gran fotógrafo, muy reconocido entre los profesionales españoles. También es un maestro del oficio en sus dimensiones más prácticas, servidor muchos años en el laboratorio de otros colegas y artífice para ellos de reproducciones siempre cuidadas en papel. Y además, por si esto fuera poco, tiene un conocimiento profundo de la historia y la teoría del trabajo fotográfico, un dominio en verdad admirable y radicalmente alejado de cualquier provincianismo. Porque estamos hablando de Navarra, pero Carlos no es un erudito local que exhuma a cuatro señores remotos de una oscura provincia para consumo de otros cuatro señores mayores desocupados y rancios. Su visión es mucho más amplia y honda, y está anclada en referentes internacionales del mejor vuelo interpretativo.

Sesenta personas escuchamos la charla de Carlos Cánovas, ponderada, informativa, pero con las gotas de provocación teórica e ironía necesarias para suscitar el debate. Su libro, que a rachas le ha llevado muchos años de recopilación de datos e imágenes y de escritura, tiene voluntad enciclopédica sobre todos aquellos que en la fotografía en Navarra pueden ser considerados autores (con todos los matices que quiera darse a este concepto). Pero Carlos no rehúye los juicios ni la reflexión sobre las líneas temáticas dominantes, o sobre las influencias de unos autores en otros, o sobre los cambios técnicos y sociales que han condicionado movimientos estéticos. Por eso, con su libro no se recuperan y estudian sólo fotógrafos. También se aprende de fotografía en su más amplio y profundo sentido. Al menos yo, que no he hecho una foto en toda mi vida (aunque, como todos, consumo imágenes sin cesar, a veces reflexivamente), he aprendido y disfrutado mucho con el libro de Carlos. Y no digo más porque he tenido una pizca de participación en su salida a la luz y eso me provoca cierto pudor.

La conferencia de Carlos Cánovas en el Centro Huarte se celebra en uno de los espacios que albergan las fotografías de Miguel Leache. Ya las había visto otro día, pero me apetece volver a ellas. Por los días felices, que así se llama la exposición, y también un libro editado al mismo tiempo con ese material, incluye casi cien fotografías hechas en pisos vacíos, abandonados, en lugares donde ya no vive nadie, en habitaciones en las cuales los que se fueron dejaron, en grados más o menos avanzados de deterioro, objetos variopintos: colchones o somieres, sillas y mesas, cables sueltos, platos o botellas, perchas y ropas, cuadros, utensilios de cocina.., o sencillamente basura. Miguel Leache retrata no sólo los objetos: también la luz, la calle entrevista por ventanas o balcones, la calidad de los suelos, la geometría que conforman paredes y puertas. Pero entre todo ello reina el vacío; un vacío, podemos decir, atronador.

Si no sabemos nada, si vemos las fotografías de Leache sin ninguna información adicional, el conjunto, en su indeterminación espartana o caótica, despide la tristeza del abandono, la desolación que llena los espacios no habitados ni cuidados, esos lugares de vida a los que ya nadie insufla vida y en los cuales avanza un silencio sucio, el polvo y la creciente dejadez de lo que se construyó para que alguien lo ocupase y ahora yace en el descuido. Los signos de que esas habitaciones tuvieron ocupantes, los indicios de la acción humana que existió, nos permiten imaginar el pasado, fantasear con la cualidad ¿alegre? de los viejos tiempos, los de los días felices a que alude el papel que alguien escribió con la voluntad del conjuro y dejó, como notario y profeta, antes de irse. Leache ha fotografiado el vacío, la luz que ya no disfruta nadie, los restos del pasado que sugieren historias, que abren puertas a nuestra lucubración. Pero esta tiene un tono inevitable de aflicción, porque algo se terminó, alguien se fue, y el decorado, sin aquellas personas, está siendo derrotado por la amargura y la pérdida. Ahí, en ese enorme poder de sugerencia, está lo esencial de este trabajo fotográfico de Miguel Leache, el mayor valor de esta ristra de imágenes que en su desnudez dicen o nos permiten imaginar tanto…

¿Les añade algo esencial a estas fotografías que conozcamos que las viviendas que aparecen fueron abandonadas porque sus propietarios no pudieron seguir pagando sus créditos hipotecarios y el banco o caja que les había prestado el dinero forzó su desahucio? ¿Que sepamos que nada fue voluntario, que sus moradores se vieron obligados tras un procedimiento judicial a irse a la puta calle y buscar otro lugar donde vivir? Dicho de otro modo: ¿pierden algo decisivo, o todo su valor, estas imágenes si desconocemos que se hicieron tras el desahucio forzado y “legal” de las viviendas? ¿Esta información de contexto es la que les otorga toda su relevancia?

No, no creo que ese feo dato añada nada sustancial a las fotografías de Leache, las cuales, pienso, se sustentan perfectamente por sí mismas, y en su indeterminación se abren a mil resonancias emotivas . Es cierto que si lo conocemos, si sabemos que son documentos post-desahucio, la información nos perturba, y puede parecer que obtura nuestra imaginación, que ya poca cabida tiene ésta frente a la contundencia de la realidad. Pero toda esa gama de sentimientos y emociones que nos asaltan lo hacen en nuestra condición de ciudadanos, de personas preocupadas o indignadas por la realidad social, y creo que no quitan ni ponen nada fundamental, desde el punto de vista estético, a lo que habíamos visto, a lo que la obra de arte (y estas fotografías lo son) dice por sí misma, despojada de referencias ambientales, aquí y en Lima y en Sebastopol, ahora, en 2013 y en Navarra, pero también en otro tiempo futuro y lejano, cuando la pesadilla de los deshaucios haya concluido y podamos enfrentarnos a Por los días felices con un ánimo menos conturbado.

Estamos en un tiempo social y económicamente tan perverso y distorsionado, y nos acongoja ver que hay tanta gente que lo pasa mal, que en el terreno estético parece que, según gritan algunos, no hay lugar más que para el documento social, la denuncia, el grito, el realismo social (o socialista, que de todo se hace), y, en el terreno que nos ocupa, el fotoperiodismo y la fotografía descarnada y brutal, como de reporterismo de guerra. Pero esa urgencia estética me parece que debe ser rechazada si se plantea como excluyente, como un único modelo para tiempos de crisis.

No debemos olvidar nunca que nuestras urgencias como ciudadanos (y cada uno verá cuáles son para él, que tampoco en esto hay ni debe haber unanimidad) no son las que deben marcar, mecánicamente, las miradas del arte, que se mueve en otra longitud de onda. Continúa siendo legítimo, como siempre, explorar otros caminos, vías menos pegadas a las urgencias de hoy, posibilidades más vinculadas a la sugerencia, a la calidad de la composición, al detalle aparentemente minúsculo pero que nos emociona, nos abre la mente y la memoria, nos deja espacio para soñar, nos interpela de una forma más libre y abierta. Y eso sin contar con algo evidente, que estamos saturados de denuncias visuales. Hemos visto tantos horrores, la fotografía (y en general la imagen) nos ha enseñado la crueldad y la muerte de tantas maneras, que la eficacia, cívica y estética, de ese empeño es muy cuestionable. La denuncia del corresponsal de guerra, la foto brutal del que hurga en lo más sórdido de la miseria humana, la mostración escandalosa y brutalmente explícita, tienen, debido a la saturación del horror, una vida más corta y un efecto más limitado.

El empeño de Miguel Leache es, por ello, perfectamente legítimo en su intención, y excelso en sus resultados. Miguel dijo en la presentación de sus fotografías, en febrero, que con ellas buscaba la exactitud de la poesía, es decir, no el periodismo, no el documento de urgencia, sino algo más abierto y sugerente, más literario en el mejor sentido de la expresión, menos coyuntural. Creo que lo ha conseguido. En su desnudez, en su radical despojamiento, en su “abstracción”, en su capacidad por ello mismo de asociarse a múltiples vivencias del espectador, estas imágenes tendrán larga vida y una poderosa capacidad para conmocionarnos. Pasarán los desahucios, podremos serenar nuestro ánimo, y las fotografías de Miguel Leache quedarán, porque su campo de juego es otro, de una consistencia mucho más fértil.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífico articulo sobre dos temas. El extraordinario libro de Carlos Cánovas sobre la fotografía en Navarra y el de la magnífica exposición fotográfica de Miguel Leache, en la que el dolor y la delicadeza nos conmueven.
Gracias por ello
Peri

miguel dijo...

Gracias, Ricardo.

Mario Moliner dijo...

Pequeña errata al final, con la palabra desahucio.

Buenos días

ayacam dijo...

Tiene razón, claro. Ya he corregido la errata. Muchas gracias

Anónimo dijo...

http://vivirdebuenagana.wordpress.com/2013/03/07/los-dias-felices-de-leache-o-la-desverguenza/#comments

somieres dijo...

Hola buenos dias, muchas gracias por este artículo.

ayacam dijo...

Gracias a usted por leer este blog.

Anónimo dijo...

Me ha encantado leerte. Desde mi nuevo colchon de espumacion Yale Soft todo se ve con otros ojos. Me has hecho reflexionar.