07 octubre 2012

Secretos y mentiras

He leído, por motivos profesionales, el original de una biografía de Emiliana de Zubeldía que se publicará pronto. Pianista y compositora navarra nacida en 1888, Emiliana fue una mujer notable. Estudió en Madrid y París y a partir de 1927 recorrió varios países americanos, en los que trató a muchos músicos, compuso un buen número de obras y ofreció recitales pianísticos. A comienzos de los años cuarenta se estableció en México, y más en concreto, a partir de 1947, en Hermosillo, la capital del norteño estado de Sonora, donde desarrolló hasta su muerte,¡casi a los cien años!, una ingente labor en todos los terrenos de la actividad musical, y donde se convirtió en una personalidad.

La biografía que he revisado, escrita por una discípula mexicana de la compositora que tuvo con ella trato muy frecuente en los últimos veinte años de la vida de esta, es muy completa en el recuento de su actividad creativa, profesional y pública. Pero es muy parca en lo que respecta a su vida privada. En ese sentido, la biógrafa respeta el empeño de la propia señorita Zubeldía (así la llamaban en Hermosillo, o también Miss Zubeldía) por ocultar cualquier detalle de su vida que no perteneciera a su actividad creativa y profesional. En ese soterramiento, la compositora fue llamativamente obsesiva. Sin embargo, hay aspectos de su vida, y de su mismo proceder respecto a esa andadura casi centenaria por Europa y América, que incitan a reflexionar sobre el sentido del secreto, y acerca del relato que esta compositora, pero también mucha otra gente, quiere construir para contarse y contarnos, a despecho si es preciso de la verdad.

Lo primero que ocultó hasta el delirio Miss Zubeldía fue que había estado casada. En 1919, y en la Colegiata de Roncesvalles, se celebró su boda con Joaquín Fuentes, empresario, químico y director del Laboratorio Agrícola Provincial de Navarra. El matrimonio, saludado en la prensa de la época nada menos que como “las bodas entre la ciencia y el arte”, duró solo dos años. Emiliana huyó a París, y nunca volvió a ver a su marido, aunque él, durante varios años, mantuvo oficialmente la ficción de que “su esposa” vivía en la capital francesa solo porque allí podía continuar su formación.

Gracias a dos artículos (aquí y aquí) de Fernando Pérez Ollo —a quien tantos lectores de Diario de Navarra echamos en falta— he sabido que, a partir de su abandono de Europa en 1927, Emiliana de Zubeldía no solo ocultó episodios anteriores de su vida. Es que además, y esto es más interesante e inusual, se inventó elementos de una biografía fantástica.

Lo menos importante es que siempre engañara respecto a los años que tenía,y eso que llegó a declarar treinta menos de los reales. Más sorprendente es que se dijera nacida en Arnaiz, un pueblo imaginario; o que presumiera de ser “vasca por los cuatro costados”, para lo cual sustituyó su cuarto apellido, León, procedente de la localidad riojana de Cervera de Río Alhama, por el de Echeverría. Y también resulta fantasioso que se calificase como una emigrada política.

No, Emiliana no había recalado en América en 1927 por motivos políticos, ni muchísimo menos. Y, no residiendo en España desde tantos años atrás, pudo retornar en el franquismo más de una vez con toda normalidad, aunque de riguroso incógnito. En particular, vino a Navarra a comienzos de los años sesenta para visitar a uno de sus hermanos, ya muy enfermo, el sacerdote y conocido publicista religioso Néstor Zubeldía, que había oficiado su boda. Este canónigo mantenía asimismo relación frecuente con su antiguo cuñado, Joaquín Fuentes, el abandonado. Un día, cuenta Pérez Ollo, “Joaquín pasó a ver a su cuñado canónigo en la casa del Arcedianato, le acompañó buena parte de la tarde y se marchó sin saber que en la habitación de al lado estaba su mujer”.

Esta escena, los cuñados que pasan juntos más de tres horas mientras Emiliana, pared con pared, se oculta de su antiguo marido tiene, en mi opinión, una poderosa entidad dramática, como si formara parte de una obra de teatro repleta de secretos, mentiras y añejas querellas. Han pasado más de cuarenta años desde la boda en Roncesvalles, los protagonistas de entonces se han convertido en unos viejos, y cabría suponer que todas las pasiones de antaño, de cualquier signo, han perdido su vigor. Pero Emiliana de Zubeldía no quiere ni ver al que, siquiera dos años, fue su marido. Parece evidente que, a despecho del tiempo transcurrido, hay sentimientos poderosos que siguen vivos, antiguas heridas del espíritu que no se han cerrado. Aventuras, inventos y mistificaciones, podríamos decir a la manera barojiana, de una mujer que deja abiertas en nuestra mente varias preguntas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dice usted:
Fernando Pérez Ollo —a quien tantos lectores de Diario de Navarra echamos en falta—.
Yo, sin ser siquiera lector de ese periódico (ni de ninguno), también le echo en falta. La estampa es prodigiosa. Usted se ha fijado en ella, pero, ¿qué me dice de su hermano? Ella no actúa, el marido ignora, pero él sabe y actúa como si no supiera. ¡Qué tío!
Vidal