El otro día fui al cine. Como ya he contado varias veces en este blog, no es algo que haga con frecuencia en los últimos años. Prefiero ver cine en casa. Pero aprovechando el fin de semana largo quise ver una película que, por lo que había leído, no podía esperar un tiempo a ver en DVD (ahora no me bajo nada en el ordenador, así que veo los estrenos con meses de retraso). Antes de que empezara, tuvimos que aguantar tres trailers de películas trepidantes, rugientes, frenéticas, repletas de violencia, destrucción y efectos especiales en dolby estereo. Cine de palomitas y multisalas de centro comercial.
Yo iba a ver Los idus de marzo, de George Clooney. Para empezar, un ritmo y un estilo opuestos a los de las películas anunciadas justo antes. Serenidad, clasicismo. Me interesó mucho la historia y me gustó la forma en que la conduce el cada día mejor actor y director americano. Un guión medido, teatral en el mejor sentido, un juego de planos, luces y sombras que centran la historia en las miradas, en el contacto físico muy cercano entre los personajes. Y todo con la contención y sentido de la elipsis que evita que nos distraigamos. Hay que atender a lo que importa.
¿Y qué importa? Pues los entresijos de la política realmente existente. Las mentiras, las jugadas tramposas, las ambiciones siempre como la otra cara de las ilusiones. ¿Política? Imagen, engaño, seducción, promesas como mercancías, sondeos y más sondeos, tipos con un fuerte sentido de la realidad y por tanto de la trapacería. ¿Ideas, convicciones, teorías? Na, eso hay que saber administrarlo al servicio de intereses superiores.
El protagonista, ese asesor presidencial joven, idealista pero deseoso de medrar, aprende de golpe qué hay en la trastienda, qué flaquezas y deseos es preciso tapar. Y decide, en cuestión de horas, que sí, que quiere meter las manos en la porquería y manchárselas lo que haga falta. Porque lo que más le gusta es el poder, la influencia, manejar los hilos. Bienvenido al club, acaban reconociendo con forzada deportividad los perdedores de la batalla.
Esa pasión es superior a la del dinero. Hay, claro está, mucha gente en política porque es su manera de ganarse la vida, porque fuera de la política no disponen de una salida laboral ni remotamente tan apetecible como la que proporcionan los partidos y los cargos institucionales. Pero hay personas que aman sobre todo estar, mandar, influir, pertenecer a la pomada, participar en ese juego que vienen a simbolizar muy bien los rituales que pautan la vida de los políticos: el minué de saludos y abrazos, reconocimientos, palmadas y besos, conversaciones triviales o directamente estúpidas que componen la urdimbre de tantos actos, inauguraciones, homenajes, celebraciones y reuniones en las que los políticos se reconocen y miden entre sí, se celebran a sí mismos, chismorrean, se ríen con falsa jovialidad mientras aguantan la copa, comen algo o escuchan discursos estupefacientes.
Los protagonistas de Los idus de marzo podrían ganar más dinero y tranquilidad trabajando en empresas o en la universidad. Pero no quieren eso, ni hablar, y sólo se refieren a ello como la salida que aguarda a los derrotados. Prefieren las jornadas interminables, la excitación de la incertidumbre, el esquema amigo-enemigo, el chalaneo calculado con los periodistas, la exhibición de su poder ante los novatos y las becarias atraídas por el gran circo. Prefieren diseñar promesas, idear eslogans, filtrar verdades o bulos. Les gusta el regate corto, la atención obsesiva a sus smartphones, tuitear bullshit, pura charlatanería.
En mi experiencia, he conocido a gente que siempre ha vivido en ese mundo, esforzados de la reunión y el activismo dispuestos a lo que toque, a lo que haya que decir y hacer en cada momento, con un estómago imbatible. Pero me interesan más quienes, tras haber desarrollado una actividad profesional incluso brillante, descubren ese mundo y caen subyugados. Descubren que les embriagan el poder, siquiera sea a pequeña escala, la influencia, la capacidad de decidir y, siempre, el juego de rituales que acompaña a la política. Y si se les acaba de pronto, tal vez demasiado pronto, sufren una abstinencia devoradora. Muchos han llorado amargamente al conocer el fin de su cargo, hay quien ponía junto a su firma "exdirector general" mucho tiempo después de su destitución, incluso en las comunicaciones más informales y privadas, o quien se ofreció mendicante al partido al que había destrozado el día anterior porque no podía soportar el vacío de poder, de su pequeño poder, lleno de invitaciones a cenas cursadas por alcaldes o reyezuelos en cualquier entidad.
En una escena casi final en Los idus de marzo vemos alejarse al maravilloso Philip Seymour Hoffman, un actor con una presencia física descomunal, turbadora. Perdedor, intrigado porque algo que se le escapa lo ha vencido, pero al mismo tiempo resignado. Ha perdido, pero volverá. Mientras tanto, dice, ganará un millón de dolares en un buen empleo. Pero lo que él quiere no es eso, sino lo que ha dejado atrás: la negociación secreta, la consigna movilizadora acuñada en un momento de inspiración, el papel de negro redactor de un buen discurso si hace falta, la sonrisa de suficiencia entre bambalinas cuando las cosas han salido bien y el poder parece al alcance de la mano. Además, si es preciso, el hachazo brutal, el golpe helado del que manda sin contemplaciones, con el grado justo de tiranía. Volverá. Está hecho para eso, para la política realmente existente.
5 comentarios:
Señor de Ayacam, que gran artículo el suyo. Decir las cosas sin situarse en ninguna trinchera y sin desmarcarse de lo que somos y vamos a seguir siendo.Con claridad y sin desesperanza.Gracias.
Peri
(entre paréntesis) creo que no eres el único que vuelve al cine, a las salas de cine: tengo la impresión de que desde que cerraron megaupload se ve más gente en el cine... lo cual es reconfortante. bienvenido. lge
No la he visto pero quiero verla, por lo que cuenta tiene un punto de parte trasera, como la que le recomeindo si no la ha visto: In the Loop.
Saludos!
Muchas gracias, Javier, por la recomendación. Leí cosas en su momento sobre esta película, pero no sé por qué la dejé escapar y luego me olvidé de ella. Voy a buscarla inmediatamente.
Un vez más, acertado y en la diana. La naturaliza humana es así, pero, no lo dudemos, puede ser de otra manera mucho mejor. Creo que la manera de hacer política se puede cambiar en este pais, no lo dudeis, para que eso ocurra se necesita a una ciudadanía que lo quiera y que castigue a los pitufos "politicastros". No puedo soportar que se siga premiando con nuevos éxitos electorales a los protagonistas del abuso, la corrupción pública y privada, a los incompetentes y los vividores de la política.
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