Dedico un buen rato a la última edición del Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, de Manuel Seco. Es un trabajo que se publicó por vez primera en 1961, y que su autor ha ido revisando desde entonces para cada nueva edición, al compás de los cambios sufridos por la lengua. Hasta que la Real Academia Española (RAE) dio a la luz en 2005 el Diccionario panhispánico de dudas, la obra de Seco fue la más comprada y consultada por todos aquellos a quienes asaltan con frecuencia dudas en el uso de la lengua española. Yo recuerdo no sólo haber adquirido una de sus muchas ediciones, sino también encontrar y aprovechar el volumen, por ejemplo, en centros de enseñanza y oficinas de la Administración.
En esta edición de finales de 2011 termina Seco su presentación recordando a Sidney Landau, para quien “la imitación es la forma más sincera de lisonja”. De acuerdo con esta sentencia, continúa Seco, “puede afirmarse que cierto ambicioso y bastante reciente Diccionario de dudas, amparado por el nombre de una venerable institución, ha constituido la mayor de las alabanzas que podía esperar este Diccionario mío en su edición de 1998. Desde la idea general hasta no pocos contenidos concretos, y desde la estructura básica hasta la disposición tipográfica, la obra admiradora deja patente huella de la obra admirada, aunque, por explicable olvido, en ningún lugar haya mencionado la fuente inspiradora”.
La “venerable institución” a la que Manuel Seco no quiere nombrar es, claro, la RAE (a la cual, por cierto, el propio Manuel Seco pertenece desde 1979, lo que gusta de recordar siempre, incluso en la cubierta de este libro), y el diccionario de dudas es el ya citado panhispánico de la misma institución.
Aquí tenemos los datos para un buen relato, aunque no sabemos si su materia principal la tejen las discrepancias lingüísticas o económicas, o puede que componentes menos nobles, como el ninguneo, la envidia, el despecho o la soberbia. En todo caso, las palabras de Seco, pero también que, en efecto, en el Diccionario panhispánico no se le mencione nunca, ni a su obra, dan pie para lucubrar en varias direcciones.
Desde luego, Seco, que no participó en el Panhispánico –siendo autor ya de este diccionario, y un notorio lexicógrafo—, fustiga a la RAE en muchas entradas de su diccionario. Las discrepancias a la hora de aceptar o no nuevas palabras o expresiones, o nuevas acepciones de algunas, saltan al lector aquí o allí; además Seco considera que la RAE mantiene no pocas veces una actitud demasiado complaciente y blanda con palabras o sentidos nuevos que para él son radicalmente inaceptables, al igual que ante topónimos aceptados por la RAE —si bien, digamos, por imperativo legal, ya que ha sido el Parlamento español el que se ha plegado a diversas exigencias nacionalistas al aceptar como únicos nombres legales de ciudades y provincias los escritos en euskera, gallego o catalán (Lleida, A Coruña o Gipuzkoa, por ejemplo)—.
Cabe sospechar por tanto que las diferencias lingüísticas entre Seco y la mayoría de los académicos son ya viejas, y que tal vez por eso el Panhispánico se hizo sin contar con él, convertido en un (relativo) disidente dentro de la institución. Por otra parte, pudo plantearse en su momento, al salir el Panhispánico en 2005, un conflicto económico y editorial derivado del interés de Seco por continuar reeditando su obra (con la que Espasa y él han hecho, desde hace cincuenta años, un buen negocio), frente a la decisión de la RAE de que el Panhispánico lo publicara un grupo editorial rival, Santillana.
Mejor no seguir conjeturando. Me quedo con los datos que fluyen sencillamente de las palabras de Manuel Seco. Es decir, con su irritación indisimulada ante el Panhispánico, con su acusación de que dicho diccionario incurre en un cierto plagio de su propia obra, y encima con el alfilerazo a su orgullo que desprende el texto, orgullo que sangra al no ser nunca citado ni reconocido en aquél.
Aunque lo que más me intriga es lo del “explicable olvido”. ¿Por qué explicable? ¿Qué sucesos o pendencias con otros miembros de la RAE explican ese olvido? ¿En qué colegas de la Real Academia Española, a los que verá todos los jueves en las reuniones ordinarias, y en qué circunstancias, estará pensando don Manuel Seco?
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