El origen. A finales de 2004, el escritor Emmanuel Carrère estaba de vacaciones en Sri Lanka cuando se produjo el maremoto que devastó varios países costeros del océano Índico y causó miles de víctimas. Carrère, su novia Hélène y los hijos de ambos sortearon el día del tsunami una muerte segura gracias a un cambio de planes de ultima hora, pero vivieron de cerca diversas tragedias, en particular la de otra pareja francesa que perdió a su hija de cuatro años. Todavía conmocionados por el desastre, que sirvió al mismo tiempo para reanimar su agonizante relación, volvieron a París. A los pocos días la hermana de Hélène, Juliette, supo que volvía a sufrir un cáncer, dieciséis años después del primero.Tras seis meses de agonía murió, a los treinta y tres años.
Varias personas le pidieron entonces a Carrère que contara esas vidas y muertes, la de la niña y la de Juliette. Pensaron que amén de conocido o familiar de las víctimas, era un escritor que había demostrado ya su capacidad en ese terreno del reportaje que aprovecha muchos recursos de la ficción —por más que todo lo que se cuente sea cierto—. Y es que para entonces Carrère había publicado con notable repercusión El adversario, su reconstrucción de la vida de Jean- Claude Romand, el hombre que fingió muchos años unos estudios, una profesión y unos ingresos que no tenía, y que poco antes de ser desenmascarado mató a toda su familia, incapaz de soportar que se desvelase su catálogo de imposturas.
Carrère se puso en marcha, como lo había hecho para preparar El adversario, y mantuvo muchas entrevistas en las que se documentó y discutió lo que había sucedido (con los padres y abuelos de la niña víctima del tsumani, y sobre todo con el círculo familiar y amistoso de su cuñada). Pero antes de escribir ese libro tenía pendiente otra tarea: ajustar cuentas con su familia, y también con algún amor fracasado. Así nació Una novela rusa, libro que en España leímos en 2008. Sólo cuando culminó esa dolorosa y catártica revisión de su pasado tuvo la actitud necesaria para escribir De vidas ajenas.
Dos libros en uno. De vidas ajenas es un libro muy desequilibrado. La parte del maremoto en Ceilán, la primera, está mucho menos desarrollada que la segunda, la de la historia de su cuñada Juliette, en la cual emerge el otro gran protagonista del libro, el amigo de ésta, Etienne, juez como ella y que será el verdadero guía de Carrère en su indagación, y del que acabaremos sabiendo más que de ningún otro personaje. En la primera parte hay una catástrofe que produce destrucción y muerte de una forma súbita y brutal. No hay un proceso, una biografía del dolor, una maduración de una enfermedad, el aprendizaje de una pérdida. Sucede la tragedia y el escritor huye en cuanto puede de ella y de Sri Lanka. En cambio, la enfermedad y muerte de su cuñada poseen una riqueza y variedad de subtramas que otorgan al libro su altura y complejidad. Sólo al final sabremos algo de cómo afrontó la otra familia francesa el duelo por su hija muerta en el tsunami. Pero entretanto, en cuatro quintas partes del libro, nos habremos instalado en la peripecia de Juliette y su entorno.
Lo que me acerca. Emmanuel Carrère escribió pacificado este De vidas ajenas. La ira y la desdicha que habían marcado tantos años de su vida habían desaparecido con la catarsis de Una novela rusa. Como él mismo dice, “el zorro que me devoraba las entrañas se había ido, yo era libre”. Ahora, concluye, “amo lo que me ha tocado en suerte”, y además, cosa nueva en él, “prefiero lo que me acerca a los demás hombres que lo que me distingue de ellos”. Por eso este libro lo escribe un hombre más cerca de la felicidad, un hombre que se ha zambullido en el dolor ajeno pero no olvida ni un momento la suerte precaria pero enorme de que a él no le hayan sucedido las desgracias ajenas de las que es notario. Un hombre reconciliado con el mundo, que tiene por vez primera una actitud esperanzada y serena —si bien recuerda siempre que todo es muy frágil, que cualquier día puede verse en el otro lado, en el lado sombrío de las estadísticas y la desgracia—. Un hombre que por primera vez en su vida puede amar, y que anota con alegría y admiración los esfuerzos que las personas más cercanas a los muertos hacen para sobreponerse a su dolor, para derrotar a la aflicción.
La muerte. La materia primera del libro es la muerte. Y en su tramo esencial, en el de la historia de Juliette, la enfermedad. Carrère nos cuenta qué pasa cuando una niña pierde la vida en un segundo o una mujer joven debe recorrer un camino largo y cruel hacia el fin. Y, con la jueza, nos habla de su familia y su amigo Etienne, que acompañan ese tránsito y se ven, claro, afectados. Mucho sufrimiento físico, angustia, cambios de humor y esperanzas fallidas, preparación para el final, desencuentros inevitables, asfixia, agotamiento.
En el surgimiento del cáncer Carrère tiende a estar de acuerdo con Fritz Zorn, el autor alemán que nos dejó un gran testimonio de su enfermedad, Bajo el signo de Marte. Zorn escribió que “con el cáncer existe una doble relación: por una parte es una enfermedad corporal, de la cual probablemente muera en un futuro no muy lejano, pero que quizá pueda llegar a superar y a sobrevivir; por la otra, el cáncer es una enfermedad del alma de la que sólo puedo decir: es una suerte que finalmente haya hecho eclosión”.
Carrère sabe que esta visión de la enfermedad es muy controvertida. Y por eso recoge también la furia de Etienne, el amigo de Juliette, hostil a toda interpretación psicosomática del cáncer. “A la gente que dice: viene de la cabeza, o del estrés, o de un conflicto psíquico no resuelto, tengo ganas de matarla, y también la mataría cuando dice lo que va unido a esto: te libraste porque has luchado, porque tuviste valor. No es cierto. Hay personas que luchan, que son muy valientes y sucumben. Por ejemplo: Juliette”.
Amistad. De vidas ajenas sigue el rastro a una línea fundamental, la amistad entre la jueza Juliette y el juez Etienne. Es la amistad pudorosa, contenida y al mismo tiempo íntima de dos personas dañadas, que han estado enfermas de cáncer más de una vez, lo que les ha dejado en herencia minusvalías a las que han debido acomodarse. Su vida cambió con sus dolencias, tomó giros que ambos no sospechaban en sus años jóvenes de perfecta salud, y aunque ambos han conocido el amor de nuevas personas y ejercen una profesión que les apasiona, aflora a veces la rabia que sus limitaciones les provocan. Todos los detalles que Carrère esparce sobre la naturaleza de su amistad, la profunda unión personal y profesional de dos enfermos cojos, forman parte de lo mejor del libro.
El sobreendeudamiento. Otro hilo poderoso del libro es el de la naturaleza del trabajo que los dos jueces llevan a cabo en perfecta sociedad. Carrère consigue que leamos absortos el modo en que estos dos jueces afrontan el drama de la gente asfixiada, procesada y condenada por deudas, la manera en que buscan resquicios legales para ayudar a esas personas a las que las grandes entidades de crédito han atrapado con préstamos de usura, publicidad engañosa, cláusulas abusivas en letra ilegible. Son dos jueces dedicados a los asuntos pequeños en juzgados de primera instancia, asuntos de pobres, litigios de medio pelo, nada glamuroso ni mediático. Y puede atribuirse al talento de Carrère que sigamos fascinados sus batallas legales, que entendamos y nos apasionen estos pleitos de difícil éxito, donde otros jueces más encumbrados acaban, con frecuencia, dando la razón a las entidades crediticias. Pero pese a todo, Etienne y Juliette hacen su trabajo con rigor admirable, hacen lo que creen que deben hacer en un entorno casi desolador y se entusiasman con sus modestos logros judiciales. Y muerta Juliette, y leído todo el libro, entendemos muy bien que Etienne le diga a Carrère, la primera vez que se ven, que “durante los cinco años en que trabajamos juntos en el tribunal de Vienne, ella y yo hemos sido grandes jueces”.
No ficción. Esta no es una crítica literaria, y no me apetece entrar en juicios sobre si De vidas ajenas es mejor o peor que los libros anteriores de Carrère. Los tres que he citado en esta nota me han resultado adictivos, arrolladores. El autor maneja magistralmente la non fiction novel, ahora tan de moda, y sus libros, estos reportajes construidos con recursos de buen novelista que moldean la realidad con el brío de un gran contador que juega con los tiempos, que dosifica los elementos y los combina en aras de la mayor potencia expresiva, merecen, creo, una lectura atenta y hacen pensar.
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