El otro día leí con interés una página del Diario de Navarra que analizaba el fracaso de José Antonio Camacho como entrenador del Osasuna. Entre otras cosas, el periodista, J. M. Esparza, resumía y ponía en claro comentarios que, de forma más discreta, ya habían ido apareciendo estos años pasados en los medios locales.
El periodista acusaba a Camacho de haber sido un vago en Pamplona. El de Cieza vino con mucho nombre, pero los jugadores pronto comprobaron con estupor que no preparaba los partidos, no daba instrucciones de estrategia y les solicitaba directamente que se autoorganizaran en el campo. “Sois profesionales y sabéis qué debéis hacer”, les decía. Con Camacho se instaló tal ambiente de flojera en los entrenamientos y en la preparación de los partidos que al final de su primera temporada todos los jugadores ya pidieron al presidente que lo echara.
No sé si las cosas sucedieron exactamente así. No soy ahora tan forofo como para haber seguido el asunto en detalle. Pero me interesa mucho la historia. En primer lugar como un ejemplo, muy verosímil, del fenómeno de la impostura, del abismo entre la imagen pública y la actuación privada y real de muchos personajes notorios.
Por no salir del terreno del deporte, así a botepronto me acuerdo de dos ejemplos un tanto extremos. En una película del siempre interesante Mario Camus, La vieja música, un entrenador de baloncesto con un supuesto prestigio notable en ligas norteamericanas llega a Lugo a dirigir al equipo local, y su segundo, su ayudante, descubre pronto que en realidad es un tipo que no tiene ni idea de cómo entrenar, que estamos ante un hombre que, bajo su seriedad y su prestancia, esconde una ignorancia absoluta del baloncesto. Más recientemente, otra película, Damned United, cuenta la historia de un entrenador de brillante trayectoria hasta que, sin la ayuda decisivo de su segundo, que se ha hartado de él, comprende aterrado que también carece de cualquier idea clara sobre lo que debe hacer con el Leed United, y fracasa con estrépito. Claro que en Osasuna la contribución del ayudante no ha sido tal: el segundo de Camacho, Pepe Carcelén, ha tenido todavía más fama de vago y jacarandoso que el murciano.
El episodio de Camacho tiene otra vertiente que me interesa más. Camacho fue de joven un gran lateral, trabajador, peleón, seguro, pero su trayectoria como entrenador, muy prometedora en sus inicios, dibuja con los años una pronunciada cuesta abajo, un declive que parece imparable.
¿Cuánta gente que conozco no va sufriendo una evolución similar a la de Camacho, de camino hacia versiones de sí mismo progresivamente peores? ¿Cuánta gente no es menos conforme pasan los años? Dejando de lado el inevitable declive físico, ¿cuánta gente tenía, o lo parecía al menos, más fuerza vital de joven, más arrojo, más curiosidad, más interés y más ganas de hacer cosas?
3 comentarios:
Entrevisté el otro día a Julio Llamazares y me dijo una frase que me gustó: "De joven, leía que conforme uno se hace viejo, duerme menos y se hace más conservador. Yo cada vez duermo más, y soy menos conservador".
A eso hay que tender. Y el de Cieza, con su rollo Polaris World y así, me temo que es un funcionario del espíritu.
Gran sabor de boca el 4-0 al Espanyol.
He leído el artículo de J.M. Esparza en Diario de Navarra ("Las razones de una sustitución", del 15 de febrero). No suelo leer artículos deportivos no porque no me interese el tema si no porque generalmente son banales. Del artículo de Esparza me llama una cosa la atención: lo mal que está escrito. ¿Es un refrito? No sé, lo he leído como a trompicones... En cuanto a su contenido, si es verdad lo que dice se deduce que el problema de Osasuna no era Camacho: el problema de Osasuna es Izco.
A menos: el miedo de los miedos. Siempre vigilantes.
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