26 febrero 2011

Aguirre, el magnífico

Al comienzo de Aguirre, el magnífico, cuenta Manuel Vicent que Jesús Aguirre, en 1985, siendo ya Duque de Alba, se lo presentó al Rey diciéndole: “Majestad, le presento a mi futuro biógrafo” –a lo cual, por cierto, el Rey contestó, carcajeándose: “Coño, Jesús, pues como lo cuente todo, vas aviado”.

Veinticinco años después, Vicent ha publicado este libro, que no es desde luego una biografía, pero que que pivota alrededor de la figura de Jesús Aguirre, un personaje verdaderamente llamativo. Y creo que digo bien al llamarle personaje porque en Aguirre hubo siempre, allí por donde pasó, un juego de representaciones teatrales, máscaras, histrionismos, ocultaciones e imposturas, de modo que nadie, o casi nadie, podía distinguir, entre tantas brumas y veras, su auténtica personalidad, sus ambiciones, dolores y sentimientos más genuinos.

Sobre este hijo de madre soltera, que estudió en Alemania en los años cincuenta gracias a la ayuda de algunos ricos, ordenado sacerdote en los años sesenta, secularizado al acabar la década, y que se erigió en personaje clave de la edición de ensayos de calidad en España (en una época gloriosa de la editorial Taurus), leí elogios casi hiperbólicos ya en los primeros setenta en varios lugares, por ejemplo en la revista Triunfo o en el primer libro de Fernando Savater, loas insertas en pasajes que entonces ya citaban su vasta cultura y su lengua afilada. Con la Transición, Jesús Aguirre fue nombrado Director General de Música en el primer gobierno de la UCD, en 1977, lo que le sirvió, entre otras cosas, de trampolín para intimar con la Duquesa de Alba, hasta el punto de enamorarla y casarse con ella, y por tanto convertirse en Duque de Alba hasta su muerte, en 2001. Y todo ello mientras mantenía, toda su vida, relaciones homosexuales más o menos constantes y apenas discretas. (Juan García Hortelano, dice Vicent, le advirtió un día: “Jesús, tú no eres Duque de Alba. En realidad sólo has conseguido la beca Alba y si te vas de la lengua y no te portas bien, te la van a quitar”. Y eso que Aguirre se había metido tanto en el personaje aristocrático que, por ejemplo, al despedirse esa misma velada le dijo a Hortelano: “Mañana parto para el Milanesado”. ¡Como si fuera un duque del Medievo o del Renacimiento!)

Ya he dicho que Vicent no ha escrito una biografía, ni por asomo. Más bien ha recopilado una sucesión de estampas, en bastantes de las cuales, eso sí, Aguirre es el eje. Vicent fue testigo de algunas, y de otras no sabemos si ha hecho una reconstrucción fidedigna o se ha dejado llevar por la pulsión ficcional. Pero además de Aguirre, hay en el libro otros personajes (sin ir más lejos, el mismo Vicent, joven indeciso y un poco desorientado, la galerista Juana Mordó o una supuesta novia de entonces, Vicky Lobo, que más parece un arquetipo o resumen de muchas mujeres de la Transición), y varios pasajes donde Vicent ensaya una crónica muy sintética del momento político y social de España entre los 50 y los 80.

Con esta mezcolanza, el libro pierde fuerza. De hecho, esa misma sensación me asaltó hace años leyendo otros libros aproximadamente memorialísticos de Vicent, como Tranvía a la Malvarrosa o Jardín de Villa Valeria. Su estilo es muy poderoso, pero lo que funciona de maravilla en una columna, un relato de viajes o un retrato de alguien en tres folios, géneros en los que Vicent es un maestro, no sirve igual para un libro. Y los libros de Vicent acaban descoyuntados, porque el estilo no lo salva todo, no es suficiente para armar un gran libro.

Además, Aguirre, el magnífico tiene fragmentos donde Vicent suena a ya leído, como esos de ambiente o síntesis de época, y otros que, valiosos aisladamente, no acaban de tener pleno sentido en el conjunto. Es más, ese fluir de la memoria del autor parece querer establecer unas relaciones entre sucesos sociopolíticos y avatares biográficos de Aguirre que, en mi opinión, distan mucho de estar claras. Esas páginas de Vicente donde resume en pocos párrafos la historia de España son, insisto, como sus columnas. Pero aquí sobran.

Porque sobre la vida y las actitudes de Aguirre, que habrían bastado para llenar el libro, caben mejor interpretaciones psicológicas, o psicoanalíticas, que sociopolíticas. Su origen, en un ambiente cerradamente tradicional, como hijo de una madre soltera que debe pedir ayudas varias para que su hijo estudie, lo que no obsta para que Aguirre la desdeñe y casi oculte en sus épocas más rutilantes; la ausencia radical y despreocupada del padre, que tanto le afectó; su vanidad y afectación desatadas, o, sobre todo, su tremenda ambición de ascenso social, que no cejó ni siquiera al alcanzar la cumbre en la casa de Alba, son aspectos de una personalidad compleja, muy compleja, que los retazos que construye Vicent, por desopilantes o llamativos que sean, no alcanzan a describir cabalmente.

Porque el cura y duque fue muchas cosas más. Jesús Aguirre, me parece, se le ha escapado vivo al autor. Y no sólo porque él fuera un maestro en ocultarse, un especialista en escapismos, un enigma tras su brillantez verbal y social, sino porque Vicent quería otra cosa, montar un discontinuo retablo esperpéntico, y no un verdadero intento de comprender y explicar a Jesús Aguirre en todas sus facetas, incluso, que las hubo, en las más nobles o menos grotescas. (Al margen: no hay casi nada en el texto sobre los años en que, mucho antes de acabar los ochenta, pareció habérselo tragado la tierra. No publicó ningún libro más, dejó de ver, parece, a todos sus antiguos amigos, y se sumergió en otro mundo, o en otras ocupaciones. ¿Qué pasó? ¿Qué sintió e hizo en esos últimos quince años de su vida? ¿Estuvo deprimido? ¿Su matrimonio se hundió? ¿Siguió escribiendo, aunque no publicara? No sabemos nada, y desde luego Vicent casi no ha entrado en ese periodo en que él ya no lo trató.)

A Vicent le ha quedado, no obstante, un libro en general entretenido, que contiene anécdotas muy jugosas, episodios esperpénticos divertidos, y algunas frases, de Aguirre, o de sus “amigos”, que muestran un ingenio y una malicia en el uso del verbo que a los lectores nos hacen pasar un buen rato. Lástima que con todo ello no alcance para un libro de más calado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Concuerdo con la crítica anterior. Por haber olido y vivido la herencia post Aguirre en la capilla de la C. Universitaria, y compartido referencias santanderinas, me atraía la curiosidad. Pero ví que efectivamente el libro tiene la estructura columnar periodística que cultiva la gracia fácil ( tan 'madrileña' ), pero en general superficial, y reincide en mi visión de la cultureta española como urdida por seres sin fondo, coyunturales, estetas de salón, gente sin sentido profundo de la existencia, ética y lealtad. Para empezar, lealtad hacia sí mismos. O sea, creo que nunca haría 'negocios' con un español. Sólo saben copiar. Y mal. Saludos.

Anónimo dijo...

'cultureta' parece denotar una autoria catalana, como la Rumba de Sharagina que al final acaba bailando ante nuestros asombrados ojos en las últimas frases ¿Le parecen bien Benet, Rodríguez (C), Martín-Santos, Alberto Cardín, Chacel? Si no, le aconsejaría que fuera a hacer negocios a algún reservado. Bobo.

Anónimo dijo...

cultureta.

Del RAE, cultureta:

1. f. despect. coloq. Actividad cultural que no alcanza un nivel aceptable.

2. com. despect. coloq. Persona pretendidamente culta. U. t. c. adj.