01 octubre 2010

De memorias (I)

En esta relación un pelín comentada (en dos entregas, o más, no sé) de algunos libros de memorias escritos en castellano (salvo las de Sagarra, escritor catalán), me he dejado guiar por la memoria -perdón por la redundancia. Quiero decir que no he podido revisitarlos ahora, que el tiempo no me alcanza. Me interesa dejar aquí únicamente, incluso con posibles fallos del recuerdo, y contando con mis limitaciones, la impresión que me causó su lectura, hecha en algunos casos muchos años atrás. Hablo, claro, de los libros que he leído, aunque al final citaré –sólo citaré- algunos que no he disfrutado pero me han sido recomendados en diversas ocasiones por gente que aprecio.

El repaso mental que he hecho de los libros que reseñar confirma un aserto ya tópico: en castellano, el género de las memorias, y no digamos las memorias íntimas, se ha cultivado muy poco hasta hace escasos años. Si bien los últimos tiempos han conocido un florecimiento del género muy relevante y desinhibido.

Otra cosa: al ceñirme en exclusiva a las memorias, he dejado de lado a muchos escritores que han cultivado otros géneros del yo. Por ejemplo, los diarios. Y aquí me acuerdo de Manuel Azaña. Sus diarios tienen un valor extraordinario, y son de obligada lectura por mil razones. Y aunque durante muchos años se publicaron, mutilados, con el título de Memorias políticas y de guerra, no son eso, unas memorias, sino el conjunto de anotaciones que Azaña iba tomando en caliente, al hilo de su acción política.


Rafael Cansinos Assens. La novela de un literato. Cansinos Assens vivió a fondo, antes de la guerra civil, el mundo de los literatos y periodistas que, como él, pululaban por los cafés o las redacciones de las muchas cabeceras que había en Madrid. Un mundo cutre, con muchos escritores de los que no ha quedado nada, directores de periódico malandrines y editores de medio pelo, bohemios sablistas, gente así. El resultado, escrito muchos años más tarde, en la madurez avanzada de Cansinos, es un conjunto de pequeñas historias, de apuntes muy vivos y apasionantes sobre esa vida literaria tan llena de sombras. Son memorias en las que el autor no es el personaje más importante. Más bien juega Cansinos a testigo de las vidas de otros, de las industrias, marrullerías y alguna grandeza de los demás.

Pío Baroja. Desde la última vuelta del camino. Las memorias de Baroja son un cajón de sastre donde cabe todo, un batiburrillo en el que, en su vejez, el escritor metió muchas cosas sin orden ni concierto. Fragmentos autobiográficos conviven con opiniones del escritor sobre otros colegas, o sobre sus lecturas, y también se incluye lo que algunos críticos dijeron sobre el mismo Baroja. A estas destartaladas memorias no se les puede pedir orden, y tampoco sé si mucha sinceridad; sí, en cambio, arbitrariedad, teorías u opiniones poco fundadas pero muy tajantes, ciertos ajustes de cuentas, un muestrario de prejuicios a veces irritante… Hay en Baroja, sin embargo, una forma de contar que atrapa, directa, tosca incluso, una manera de juzgar que a mí al menos me hizo pensar, un tono nada lírico, nada blandengue, que me resulta muy atractivo.

Josep Maria de Sagarra. Memorias. Sagarra rememora, cuando ya es muy cincuentón, sus primeros 24 años de vida. Y comienza adentrándose en la historia de su familia. Esta primera parte del libro, la memoria de un hombre orgulloso de sus orígenes y consciente de la continuidad familiar, estuvo a punto de fatigarme. Pero luego, metido el autor ya en su propia vida, y en la de muchas personas que le rodearon en su infancia y juventud, y dueño como es de un estilo muy poderoso, alcanza alturas magníficas. Sus retratos de amigos, profesores o conocidos son perfectos. No son unas memorias íntimas, y se detienen cuando Sagarra tendría que haberse internado en terrenos peligrosos (su madurez de hombre de múltiples placeres, aun con los condicionantes de la República, la guerra y la postguerra), pero la ironía, la fabulosa capacidad descriptiva de personas o de ciertas situaciones, justifican de sobra este gran libro. Indispensable.

Francisco Ayala. Recuerdos y olvidos. Ayala no es un escritor que haya leído nunca con gran entusiasmo. Puede ser (lo será, muy probablemente) una limitación de mi intelecto. Pero sus memorias, sin haberme causado una honda impresión, se dejan leer muy bien. ¿Puedo decir algo más? Pues no. Las leí con gusto, en especial la parte referida al exilio, pero me parecieron un poco mundanas, un poco, perdón, como las de Carlos Blanco Aguinaga. Mejores, sin duda, pero en esa línea.

Carlos Barral. Años de penitencia. Los años sin excusa. Cuando las horas veloces. El primer volumen de estas memorias de Barral, Años de penitencia, no sé si es exacto o veraz en todo lo que cuenta (esa duda asalta en realidad al lector en todos los libros de memorias), pero es bellísimo, y tiene muchos fragmentos de gran lucidez. Las largas vacaciones del 36 del vástago de una burguesía presta a pactar sin problemas con los sublevados para seguir con sus negocios tras la guerra brutal, la infancia en un franquismo primero y feroz, la primera juventud burguesa… Todo conforma una narracion absorbente, servida en un estilo muy elegante. El volumen segundo también es bueno, pero ya no sé si tanto como el primero, y eso que recoge los años más gloriosos de la carrera de Barral como editor de prestigio internacional. Y el tercero, dictado, se deja leer perfectamente, pero me pareció algo más flojo, y paradójicamente más triste. Ya no habla casi del negro franquismo, pero sí registra que Barral no tuvo, al menos social, económica y profesionalmente, una buena madurez. Sí, hay un camino ligeramente descendente en estas memorias, lo que no obsta para que hablemos de una obra mayor del género, de un esfuerzo memorialístico muy hermoso.

Carlos Castilla del Pino. Pretérito imperfecto y Casa del Olivo. Las memorias de Castilla del Pino no tienen nada que ver con las de Baroja o Cansinos Assens, en primer lugar porque son en verdad unas memorias, con una composición y un rigor impecables. Sobre todo en el primer volumen, hay una voluntad férrea de aunar, con riqueza de detalles, la peripecia individual con la colectiva. La niñez, la guerra civil, la postguerra y el aprendizaje de la psiquiatría, el hediondo territorio del franquismo, en Madrid y luego, desde 1951, en Córdoba, con la psiquiatría al servicio de lo más rancio y represivo, las frustraciones profesionales de Castilla del Pino (sobre todo la de no alcanzar la condición de catedrático de universidad en su debido tiempo: el mayor batacazo de su existencia), las complicadas relaciones familiares... Lo que más recuerdo de estas memorias es la firme determinación de Castilla del Pino de no permitir que los golpes de la vida, los golpes políticos, profesionales, familiares, le destruyeran ni apartaran de sus objetivos, ni vital ni profesionalmente. Su fuerza a veces parece casi inhumana, pero al mismo tiempo admirable. Estas memorias dejan huella en quien las lee, sin duda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias. Quedo a la espera de la segunda entrega... y de las que sigan...