12 septiembre 2010

La nadería de unas memorias

Me gusta mucho leer memorias. De políticos, de escritores, de editores, de actores, o de cualquiera, en principio, que haya hecho el esfuerzo de narrarnos su vida. He aprendido no poco –o al menos esa impresión tengo, espero no equivocarme- con bastantes de esas lecturas. Las hay que contienen retratos poderosos, matizados, profundos, de personas que estuvieron cerca del memorialista, y admiro el resultado de quien ha sabido entenderse a sí mismo, o ha indagado con lucidez y potencia reflexiva en su trayectoria o en las situaciones personales y sociales que le tocó protagonizar o presenciar. Y valoro, por supuesto, aquellos relatos en los cuales el autor no ha rehuido los aspectos más dolorosos o desagradables de su existencia, porque entendió que sin ellos nos iba a entregar una versión falsa de su vida, una versión a la que, sin eso, le iba a sustraer el fondo más determinante. Seguro que hay más motivos por los que una memoria nos interesa o enriquece, pero creo que estos factores (o alguno de ellos, como mínimo) deben estar en los libros del género que merece la pena leer.

Pero hay muchas memorias, demasiadas, que no nos ofrecen apenas nada de eso. Acabo de leer, por ejemplo, De mal asiento, el segundo volumen de las memorias de Carlos Blanco Aguinaga, un profesor y estudioso de la literatura al que recordaba, entre otros motivos, por su participación en una Historia social de la literatura española que dio lugar, a finales de los setenta, a duras polémicas, y que tuvo un éxito de ventas nada despreciable, tal vez por que la época era propicia a la recepción de la declarada interpretación materialista, o marxista leninista, que sus tres autores proponían de la producción literaria española. Blanco Aguinaga ha escrito en su ya larga vida mucho más, por supuesto, y sus estudios sobre Rulfo, Emilio Prados o Unamuno son ya canónicos. Pero su declarada devoción por el materialismo histórico en la historia de marras, y las interpretaciones a las que dio lugar, me temo que serán lo más recordado.

Sus memorias, esas que ahora he leído tras la incitación de Manuel Rodríguez Rivero en Babelia, valen muy poco. Pertenecen al subgénero menos atractivo. Aquí hay mucha información del tipo me casé y tuve unas hijas preciosas, y un día cené con fulano, un viejo y querido amigo al que hace tiempo que no veo, y al día siguiente me encontré con el fascistilla mengano, y después me contrataron en Ohio, o en Baltimore, y luego viajé a París, que es una gran ciudad, y luego fui catedrático en California y en el camino tuve un accidente y se me estropeó el coche, y luego me enamoré de otra mujer, pero de eso no puedo hablar, y luego apareció Pepe, o Julio, o Blas, o quien sea. Cualquiera de ellos, como suele decir un amigo, ¡qué gran persona y qué gran profesional! Eso sin contar con que fui amigo de Marcuse (qué poco se ha notado) y de Angela Davis. Todo ese racimo de datos y sucedidos y anecdotillas, sin espesor ni análisis, se presenta aderezado de una fe de carbonero en el comunismo, sobre el que no aparece la más mínima reflexión crítica, pero que sí permite ajustar cuentas con más de un “fascista” o “renegado” y reservar los elogios exclusivamente a los correligionarios o compañeros de viaje.

Es curioso, la impresión que el libro me ha transmitido es que Blanco Aguinaga, por muy revolucionario que se considere, ha tenido la suerte de vivir muy bien, mimado, siempre que ha querido, por las universidades del odioso país yanqui, y sin sufrir en su vida ningún contratiempo de entidad. Y, sobre todo, que estamos ante una persona a quien, en rigor, no le ha pasado nada que, por sí solo, merezca una tirada de su libro de más de treinta ejemplares para regalar a la familia y amigos. Lástima, porque, no obstante, con lo que a Blanco Aguinaga le ha dado la vida, otro hubiera podido edificar un recuento mucho más analítico y profundo. Él, desde luego, no ha traspasado el umbral de la mera (y más de una vez tramposa) relación de hechos y movimientos.

En fin, el libro me ha venido bien para pensar en qué libros de memorias merecen la pena y cuáles no. Para eso me ha sido muy útil.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bien que el angulo empiece a regalarnos de nuevo con opiniones argumentadas.
Me cuento entre los que disfrutan y aplauden la vuelta de vuecencia.
Seguid, hacednos la merced.
El peri

Anónimo dijo...

on the road again! se te echaba de menos, angular...

Anónimo dijo...

no estaría mal que nos hicieras una recomendación de las mejores memorias que has leído... gracias. r.

Anónimo dijo...

¡Que bien que has vuelto! ¡Cuanto te echaba de menos! Espero que no te arrepientas y sigas escribiendo
Abrazos

Passy dijo...

"Albricias traigo..." Jack Lemonn dixit.

Anónimo dijo...

Ángulo cóncavo o convexo que articula de nuevo la observación y la intuición. Gracias.
Basarte