10 abril 2008

Gonzalo Rubalcaba

Tarde de jazz. Gracias a la Universidad Pública de Navarra, tenemos la dicha de contemplar el delicado, tenso y enérgico enfrentamiento de un hombre con un piano. Tiene Rubalcaba un dominio técnico apabullante del intrumento, salta a la vista en los primeros minutos, de manera que las manos no tendrán problema en ejecutar lo que su cabeza le dicte. Pequeño pero robusto, con la cabeza hundida sobre el teclado, como queriendo fundirse con el piano, oído muy alerta, parece probar sonidos, posibilidades, acordes, cambios bruscos de ritmo, variaciones.

En realidad, más que variaciones, Rubalcaba, como otros grandes del jazz, abre fisuras en los viejos temas, y, por esos huecos, introduce notas nuevas, giros insólitos. Canciones de su Cuba natal, o incluso algún estándar de la nación en que vive (¡nada menos que una composición como Barras y estrellas, que siempre he unido a marchas militares!), son desarticulados con mucho tacto. El pianista inserta flamantes piezas de sonido que abren senderos, bloques arriesgados y chocantes que obligan a recomponer cada canción al tiempo que multiplican su hondura y sutileza.

En algún momento recordamos a Debussy, Satie, Mompou. Y me viene también a la cabeza esa línea de El pianista, la novela de Vázquez Montalbán, en la que un viejo amigo y luego enemigo del vencido pianista le rinde, después de muchos años alejados, el máximo homenaje del que es capaz. Sustituyendo sólo el nombre, decimos: “Bravo, Gonzalo. Excelentes los silencios”.

Es mejor quedarse con la belleza. Es preferible sobreponerse y olvidar lo inadecuado del local para una exhibición de piano solo que hubiera exigido el silencio y la escucha de una sala de conciertos. Qué sentido tiene distraerse con los niños que gritan y los borricos que charlan ruidosamente al fondo mientras beben, con las puertas que se abren y dejan pasar los ruidos del campus, con los que huyen a media canción, los que rayan el suelo con las sillas mientras disparan la enésima foto, el espeso olor a comida del recinto. Eso, definitivamente, es secundario ante el vendaval de música que Rubalcaba nos ha regalado. Bravo por la responsable cultural de la Universidad, que nos ha permitido escuchar esta hermosura, y que no tiene ninguna culpa en las circunstancias. Bravo por Rubalcaba, sus sonidos y sus silencios.

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