El sábado la televisión vasca emitió un programa en recuerdo del cantautor Imanol, que murió hace dos años en Orihuela. Me contaron que sus últimos tiempos fueron muy duros y que necesitó más de una vez la ayuda económica de amigos para salir adelante. Los artistas como Imanol no lo han tenido fácil casi nunca, porque su música no es de cuarentaprincipales, pero es que además él, aun cantando sobre todo en euskera, se había convertido en un proscrito para el poder nacionalista. Desde que en 1986 comenzó a plantar cara a los postulados y las fechorías del nacionalismo etarra, se cernió sobre Imanol un veto rotundo de los ayuntamientos donde Herri Batasuna gobernaba o controlaba las concejalías de cultura y euskera, esas concejalías que suelen dejar en sus zarpas hasta los partidos no nacionalistas. Después, a medida que Imanol seguía evolucionando, vivió el ninguneo de parte del mundo nacionalista “moderado”. Y ya se sabe que las antipatías políticas se traducen siempre en ausencia de contratos y actuaciones, en este caso en pueblos, ikastolas y eventos de toda laya donde los nacionalistas tienen la sartén por el mango y el mango también. Imanol, harto y pobre, acabó yéndose de Euskadi y buscando con sus excelentes discos en castellano nuevas posibilidades.
Escuché a Imanol por primera vez en pleno monte, un gélido domingo de enero de 1977, cerca del monasterio de Iranzu, en el fin de fiesta de unas jornadas de convivencia de la organización juvenil de LCR-ETA VI, escisión de ETA devenida en troskista. Aquel día yo era sólo un invitado, miembro de otra peña comunista. Imanol, un antiguo etarra exiliado y resistente ya en el París de los primeros setenta, cantó algunos temas de la época en que había musicado, con el seudónimo de Mikel Etxegaray, poemas de Mikel Azurmendi. Pero recuerdo en especial una canción popular sobre los forjadores vascos que, furiosos por la explotación que padecen, planean quemar las fábricas y liquidar a los patronos. Todo muy de la época. Hacía un frío que pelaba, pero vibramos igual que si Urbasa fuese sierra Maestra, y nos sentíamos prestos para cualquier intrépida acción que implantase el anhelado poder proletario y popular. Desde entonces, y durante veinticinco años, compré sus discos y le vi muchas veces en Pamplona, ora en buenos auditorios, ora en modestos centros de barrio, sólo con su guitarra o junto a diversos músicos.
Imanol fue cada vez más un excelente cantor de la naturaleza (de “todos los colores del verde”, que diría Raimon), de los sentimientos y de los romances populares del país, pero también, como todos los grandes músicos vascos, un hombre con una inevitable dimensión pública. Sólo que mientras los grandes nombres, por calidad y prestigio, como Mikel Laboa, Benito Lertxundi o Xabier Lete, han estado siempre en posiciones nítidamente nacionalistas y han podido moverse en la democracia peneuvera con absoluta comodidad y salir al mundo con el beneplácito de todas las progresías, y Oskorri hace muchos años que se hizo perdonar su inicial “marxismo-españolismo”, Imanol se movió políticamente, en un cambio similar al de otras muchas gentes, pero de altos costes para su vida y carrera. Así, tuvo que soportar insultos ya en los setenta por cantar algunos temas en castellano, o amenazas por participar en el homenaje a Yoyes a raíz de su asesinato, o la feroz campaña de muchos nacionalistas cuando, tras las pintadas contra él, dio un paso adelante y organizó el festival de Anoeta en 1989 en el que contó con la solidaridad de amigos como Sabina, Labordeta, Javier Krahe o Luis Pastor (qué miserables resultan ahora, en la distancia, las evasivas o reservas que balbucieron entonces las vacas sagradas de la música vasca), o la estigmatización que desde entonces le acompañó.
Pero él siguió trabajando, siempre a su aire, sin encajar exactamente en ninguna posición partidista y sin sectarismos a la hora de elegir versos de poetas euskaldunes de todos los colores ideológicos para sus músicas. Imanol encarnaba muy bien la ilusión de un País Vasco normal, sin matonismos ni identidades historicistas, el sueño de un vasquismo civilizado y radicalmente abierto. A la postre, su fracaso fue nuestro fracaso, y no es casualidad que algunos de sus amigos acabaran creando la plataforma Basta Ya, nombre que, para los sectores que incrementaron su hartazgo en la misma dirección que Imanol, lo dice todo en dos palabras.
Es verdad que, hablando de un artista, eso no es lo más relevante. Todavía hoy paladeo con frecuencia muchas de sus canciones, la energía, dulzura o melancolía que rezuman, su voz grave, potente pero muy bien modulada y tantas veces doliente, que supo conjuntar en tantos temas con amigos. En el documental he podido revisitar dúos memorables con Paco Ibáñez, Amaya Uranga, Ainhoa Arteta, Labordeta o incluso Georges Moustaki, con quien hizo en euskera una preciosa canción de aires griegos, así como algunas de sus interpretaciones a capella, de inusual intensidad. Pero, por desgracia, me quedo con un momento de su trayectoria, alrededor de 1985-86, que enlaza fatalmente el arte y la política. Imanol había publicado en dos años un par de discos soberbios, “Oroituz” y sobre todo “Mea kulparik ez”, llenos de temas, como Ilun ikarak, que continúan expandiendo una rara emoción. Pero en ese punto de plenitud artística, tal vez el más elevado de su trayectoria, se vio involucrado como “tonto útil” en la fuga de Sarrionaindía y Pikabea de Martutene que organizó Mikel Antza, luego gran gurú etarra. Y a poco de sacar el segundo álbum vino la “ejecución” de Yoyes, la reacción indignada de Imanol y el comienzo de sus peores incomodidades, esas que culminaron con su muerte, “como del rayo”, en Orihuela, que no era ni su pueblo ni el mío, hace ahora dos años.
2 comentarios:
Efectivamente, a la gente no le gusta que uno tenga su propia fe y se niegue a seguir al abanderado. ¡Qué curiosos aquellos tiempos en que, tras cantar esta bellísima canción de Brassens, elpesonal coreaba "goazen gudarik danok ikurriña atzean..!
Recientemente, alguien me habló de Imanol, recomendándomelo. Debo decir que Imanol me ha asombrado, pese a que la mayor parte de sus canciones están cantada en euskera, y por desgracia, no entiendo esa lengua. Sólo he podido encontrar algunas canciones traducidas por Internet... Sin embargo, he decidido no tener prisa en saber qué dice esa música sencilla, tremendamente evocadora, desnuda a veces como un lied de Schubert (o a mí me ha hecho pensar en Schubert, la voz de Imanol acompañada al piano en algunos temas); terriblemente cercana en los sentimientos como un recuerdo que ignoramos tener...Parece, la suya, música de siempre, de esa que hace historia y ha de permanecer viva en el recuerdo colectivo. Tengo la impresión de que me quedo con Imanol para siempre, de que se ha convertido ya en "uno de los míos" y que iré descubriéndolo más y mejor (sus letras, su pensamiento, su sentir de la vida) con el tiempo. De momento, buscando notas sobre su biografía, con la intención de hacerme un pequeño bosquejo humano y artístico de este interesante (si no, subyugador) cantautor, he llegado a esta página. Incluso en la era de Internet, alguien como Imanol no tiene demasiada gente que le escriba... Confieso que eso, (unido a una vaga y extraña sensación de culpabilidad por no haberlo descubierto antes, aunque fuera un poco antes...), me produce bastante melancolía. Le quedo muy agradecida por contar aquí, y tan magníficamente, sus recuerdos sobre él. No creo que merezca el olvido, no. Saludos.
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