Hace diez días, en la presentación de un libro que repasa los cien años de una escuela pública intervino el viejo escritor que hace mucho tiempo nos cautivó con su poderoso aliento faulkneriano, pero que ni sé desde cuándo sólo desparrama escritos muy menores por los periódicos. El salón lucía una buena entrada de las madres y padres que llevan sus retoños al centro. Como en éste hay una nutrida y creciente matrícula en la línea de enseñanza en euskera, no pocos de esos progenitores son profesionales, acomodada clase media: médicas e ingenieros, profesores en otros centros, toda suerte de funcionarios con monovolumen y sofisticadas bicicletas de montaña. Eso sí, gente maja, progres muy viajados y, sobre todo, amantes de lo euskaldun, que ya sabemos que en esta tierra progresismo y vasquismo han dado en ser términos casados hasta la muerte. En ese ambiente el viejo escritor dijo, sin quitarse la boina y con gesto ceñudo, que a la escuela pública sólo van los republicanos y los pobres y menesterosos. Dejando aparte la primera condición, porque lo del republicanismo va en la mente y no se nota a simple vista, lo de pobres y menesterosos resultaba, oído allí, simplemente hilarante.
En algunos barrios, sobre todo de las grandes ciudades, sí se acerca a la verdad la sentencia del viejo escritor. Es la escuela pública en español la que acoge a los pobres, incluyendo en tal condición, claro es, a los gitanos y a los inmigrantes que no paran de llegar y que los centros privados ahuyentan implacablemente. Pero donde yo vivo, y en todo el País Vasco, la enseñanza en euskera actúa como una barrera tan disuasoria como las que coloca la privada para librarse de quienes no interesan, de modo que a las líneas del modelo D acude un alumnado casi exclusivamente autóctono en el que los pobres y menesterosos lo serán de espíritu, no sé, porque de otra cosa ni por el forro.
Cuando el viejo escritor largó su sentencia no había en la sala gitanos ni inmigrantes, esos que por cierto acuden a la diminuta línea de enseñanza en castellano y a los cuales muchos de los padres de euskera quisieran ver lejos de “su” colegio. No, lo que dijo el viejo escritor era, más que una clamorosa inexactitud, una aseveración que, por muchas licencias poéticas que estemos dispuestos a concederle a un fabulador, entra de lleno en la categoría de bullshit, una expresión sobre la que un filósofo ha escrito un librito enjundioso y que se puede traducir como charlatanería. Bullshit acostumbran a ser por ejemplo los discursos de los políticos y los publicitarios, palabrería excretada por quienes, más que la verdad, que exige aburridos datos y distingos cuidadosos, aprecian la “sinceridad”.
Nuestro viejo escritor es desde luego “muy sincero”, lo que se nota en el tono dolorido con que siempre se pronuncia, y estoy seguro de que no hay en él la más mínima intención de mentir. Pero es que la charlatanería no juega en el terreno de la verdad y la mentira, sino en el de la manipulación emotiva, en el campo de las resonancias afectivas que confirman y refuerzan nuestras elecciones primarias. Así que se dice, con bullshit, lo que hay que decir, en este caso lo que a la próspera parroquia le regala los oídos y le gusta imaginar, y el pacto entre el discurso y el auditorio queda soldado. Como susurró satisfecha detrás de mí una madre, “estos hombres mayores son siempre los mejores”. Más progres si cabe y con la conciencia en inmejorables condiciones, al acabar el acto muchos se fueron “de potes”, como es de rigor.
2 comentarios:
Nunca dejará de resultar curioso que lo nacionalista (y más concretamente su extensión abertzale) tenga esa vitola de progresista en Navarra y en el País Vasco. No hace falta más que unir las palabras de nacional y socialista con que se presentan ante su parroquia Batasuna para descodificar la verdadera identidad de su ideología.
Hablamos de Pablo Antoñana? Lo de "ceñudo" le va que ni pintado.
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