El 23 de febrero de 1981, a las pocas horas de que comenzara el golpe de estado de Tejero, empecé a leer Testamento en Praga, de Teresa Pamies. Y toda la noche, mientras escuchaba en un transistor el desarrollo de la intentona militar, estuve con el libro, que devoré con fruición, en especial después de que sobre la una de la mañana aquélla pareciera despeñarse en el fracaso.
No tengo ahora una idea precisa del libro. Pero sí recuerdo el diálogo que lo construye y vertebra entre, de una parte, el testimonio de Tomás Pamies, el padre de la escritora, comunista muerto en Praga en 1966, después de muchos años de exilio a partir de la derrota de 1939, y por otro lado el contrapunto de la narración de la hija, que confronta su comunismo “abierto”, entusiasta de la “Primavera de Praga” abortada por los soviéticos, con el comunismo del padre, mucho más elemental y rocoso.
Aun sin saber cuánto retocó la hija los escritos de su padre, Tomás Pamies, son éstos los más valiosos del libro. Pobreza, infancia en la Lérida rural más profunda, luchas, cárceles, comunismo primero entusiasta y luego ya inquebrantable, exilio… No tengo memoria de los hechos concretos, pero sí está presente en mí, más de treinta años después, la voz sencilla y radical de Tomás Pamies, un comunista de la época dorada y, por eso mismo, terrible.
Podría volver a Testamento en Praga, que en innumerables ediciones conoció una relativa celebridad y que no me costaría nada encontrar en mi biblioteca. Pero no quiero. No soy el mismo de cuando entonces, y no me apetece, tal vez, caer en la decepción. Prefiero conservar, hoy que ha muerto Teresa Pamies a los 93 años, el recuerdo puro y febril de aquella noche en vela, en que no pude acostarme hasta terminar las historias del padre y la hija, de dos comunistas hasta el final.