01 agosto 2016

¿Pornografía sentimental?

Mientras andaba enfrascado, estas últimas semanas, con las grandes autoras estadounidenses de relatos del siglo XX, me ha dado tiempo para alternar, a ratos (no puedo leer muchos cuentos de una tacada, la disposición que exigen es distinta que la de una novela), con Adiós a una casa de muñecas, las memorias de Claire Bloom, una actriz inglesa de enorme altura que, además de interpretar en el teatro a gigantes como Shakespeare, Ibsen, Chéjov o Tennessee Williams, trabajó bastante en la televisión y en el cine, empezando por su gran actuación, de muy joven, en Candilejas, de Charles Chaplin. En estas memorias el peso fundamental se lo llevan sus andanzas sentimentales, que recorre sin ninguna floritura estilística pero con notable claridad. Amores y abandonos (con nombres y apellidos), decepciones, pasiones sexuales, errores, inseguridades, todo lo escruta Claire Bloom con agilidad y franqueza. Y con perplejidad y mucho dolor cuando aborda los años con su tercer marido, el novelista Philip Roth, al que dedica una parte fundamental de su memoria. Roth, un hombre atractivo y muy peligroso, seductor y manipulador, generoso a veces pero en general increíblemente mezquino y calculador en asuntos de dinero, hombre de reacciones explosivas y brutales, y de un egoísmo tan desnudo que Claire Bloom duda todavía, al escribir, si cabe endosar lo peor de su conducta a los desequilibrios mentales que Roth ha padecido en diversas épocas.

A punto de terminar las memorias de Claire Bloom leí en El Mundo que el filósofo Javier Gomá, a propósito de un texto cuya escritura brotó tras la muerte de su padre, advierte, por si acaso alguien espera otra cosa, que no le “interesa la literatura terapéutica, ni lo que llamo literatura maleducada que consiste en desnudar sentimientos e intimidades. No me interesa la pornografía sentimental”.

A mí esta opinión me suena a tontería, y en el mejor de los casos a simple preferencia que en sí tiene el mismo valor que mi juicio, hondamente sentido, de que el queso, ya desde su olor, es un alimento vomitivo, odioso. Lo único que me subleva en la manifestación de gustos de Gomá es que parece emitida con tono inapelable de autoridad filosófica, como si estuviéramos ante un dictamen objetivo. “Literatura maleducada”, “pornografía sentimental”… En fin, opiniones denigratorias, pareceres sin ningún fundamento superior.

Mis gustos son justamente los contrarios que los de Gomá. Las autobiografías y memorias que yo busco son, de entrada, las que Gomá desprecia. Me gusta el escritor (o la escritora, claro) que arriesga, que se desnuda, que habla claro, que escruta su vida sin velos pudorosos ni maniobras de ocultación, que, en suma, no tiene miedo a quedar mal ante el lector. Luego, el resultado tal vez sea decepcionante para los que leemos esa vida, porque entre los propósitos y el resultado puede mediar un abismo, y no basta con el impudor para escribir un gran libro, ni mucho menos. Pero, en principio, mis simpatías están decididamente del lado del valiente, del sincero e incluso indiscreto, del que convierte su vida en materia de disección sin anestesia. Incluso aunque su escritura produzca daños colaterales entre quienes el escritor fue encontrando en su existencia, empezando por su familia. Y es que, como escribe Simone de Beauvoir al comenzar La plenitud de la vida, “si un individuo se expone con sinceridad todo el mundo está más o menos en juego. Imposible encender la luz sobre su vida sin iluminar más o menos la de los demás”. Aunque sea para mostrar miserias de esos otros, por supuesto.

Esa es la actitud que admiro cuando alguien me cuenta su vida, o una parte de ella. Por eso en el último año, sin ir más lejos, he leído o releído, con fines docentes pero también por puro interés, entre otros muchos libros del género, las memorias de Doris Lessing, o el primer volumen de las de Castilla del Pino (el segundo es más diplomático en algunos asuntos íntimos, más “social”), o el diario tan minucioso de Christa Wolff, o los libros de Emmanuel Carrere, sobre todo Una novela rusa o De vidas ajenas, o las brutales memorias de Jesús Pardo, o el relato de Piedad Bonnett sobre el suicidio de su hijo, o el de Sergio del Molino sobre la muerte del suyo. Y ya estoy deseando sacar tiempo para dos volúmenes que prometen: Instrumental, de James Rhodes, un libro que no dejan de recomendarme muchas personas, o en septiembre El amor del revés, el relato de Luisgé Martín sobre su identidad sexual y los tormentos que le produjo durante varios años. Todos estos libros son muy distintos, incluso en resultados. Pero todos están escritos sin temor del autor a quedar mal. Son libros al margen, en mayor o menor medida, de los relatos llenos de silencios sobre cualquier asunto vidrioso, amables, complacientes, velados, insustanciales, bien educados, con que nos aburren o irritan tantos que relatan su vida.

Relatos bien educados, eso sí. Relatos que recuerdan, bien al contrario de las conversaciones directas y francas que son, en cierto modo, las buenas autobiografías, a las que, cuenta Borges en su relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, mantenía el padre del narrador con el ingeniero Ashe: Mi padre había estrechado con él (el verbo es excesivo) una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo. Eso parece gustarles a los Gomá del mundo.

4 comentarios:

Pedro Charro dijo...

Me viene a la cabeza "Pisando ceniza", disfruté mucho con esta autobiografía de un editor, que mezcla estampas sobre un librero de viejo o los viajes con Bergamín, con páginas descarnadas sobre la familia de gran valentía. Buenas lecturas y buen verano, amigo.

ayacam dijo...

Tienes razón, Pedro, "Pisando ceniza" es un gran libro de recuerdos, uno de los mejores de los últimos años. Y me alegro de que lo traigas a colación, que no sé si ha tenido la trayectoria que se merece. Espero que para ti esté siendo un verano magnífico. Nos vemos

Anónimo dijo...

Ricardo, sigue leyendo por favor y de vez en cuando no te olvides de escribir cosas como esta.
!que la vida te premie con un montón de tiempo para leer¡.
Salud
peri

ayacam dijo...

Gracias, peri, por tus ánimos. Ojalá tuviera más tiempo, sí, para leer y para otras cosas. Pero ya sueño con ese día en que se ensanchen mis posibilidades. ¡Que llegue ya! Mucha salud