13 marzo 2013

Manuel Vázquez Montalbán

Entre el domingo y el lunes, la 2 de Televisión Española emite un documental, dentro del programa Imprescindibles, sobre el escritor Manuel Vázquez Montalbán. En octubre hará diez años que murió de un infarto en una escala en Bangkok del vuelo que lo devolvía a Barcelona tras un periplo por Australia y Nueva Zelanda.

El título del programa avanza su tono; y es que, como suele ser norma en la gran mayoría de los documentales televisivos sobre alguien, rebosa incienso y lisonja. Pero también superficialidad. Todos los que salen en él adoraban al periodista, cronista, escritor y hombre y lo recuerdan con emoción (en especial Carmen Balcells, su agente literaria). La gran mayoría lo admiraban, y son muchos quienes se identificaban con sus posturas políticas. Eso sí, acerca del valor de su obra, nada de nada. El resultado, para los que recordamos a la perfección al Vázquez Montalbán literato y político, tiene no obstante interés, aunque discurra por lo correcto y trillado.

Yo no puedo escribir de MVM con distancia, porque ocupa un lugar notable en mi vida lectora, es decir, en mi vida. A lo largo de más de treinta años fui comprando y leyendo sus libros (algunos de los últimos ya los saqué de bibliotecas), y durante ese tiempo lo seguí también en varios medios: Triunfo, Por favor, La calle y El País. Leí todas sus novelas, las del detective Pepe Carvalho y las ajenas al género negro, y también bastantes de sus ensayos sobre periodismo y teoría de la comunicación, literatura y política. No pude, al final, porque yo era otro y mi consideración política de Vázquez Montalbán se había transformado, con sus libros sobre Pasionaria, o Cuba, o el subcomandante Marcos. Ah, y tampoco me interesó nunca la turrada de la gastronomía, a la que dedicó varios volúmenes.

Hace un año, en una de las periódicas remodelaciones de mi biblioteca, llevé a la bajera los más de cuarenta libros suyos que tengo (publicó muchos más, pero creo que no me falta nada fundamental). El traslado siempre entraña preguntas, acompañadas del gramo de melancolía que comporta la revisión de nuestro pasado: ¿Hice bien en invertir tanto tiempo con este autor? ¿No habría sido mil veces más provechoso leer a otros más indiscutibles? ¿Volveré a alguna de sus obras? ¿Cuáles merecerían la relectura?

Las preguntas no tienen en mi caso un tono frío, de aséptico recuento intelectual. Pienso en Vázquez Montalbán y revisito, sobre su ejemplo, muchas lecturas de mi vida, pasiones perdidas, admiraciones que se han derrumbado, autores que ahora miro con extrañado desinterés. Pero si me pongo en la vida de entonces, recuerdo muchos datos y emociones. En primer término mi pasión adolescente por la revista Triunfo: antifranquismo, apertura política y mental a un mundo cultural fastuoso, lleno de autores, historias y teorías que conocer. En ese escenario Vázquez Montalbán brillaba como el que más: inteligencia, ironía, buena información, una base ideológica robusta, una mezcla divertida y brillante de los registros cultos y populares, Marx y Concha Piquer, Gramsci y los cancioneros sentimentales más relamidos, Lenin y el otro Marx, el gran Groucho. Y siempre una visión dogmática de fondo pero afilada, la del intelectual de izquierdas que ante cualquier asunto o situación cortaba con el cuchillo de la lucidez la mantequilla política, social, cultural. O eso me parecía entonces, un largo entonces.

Vázquez Montalbán publicó mucho, muchísimo. Dotado de una enorme facilidad ante la máquina de escribir y el ordenador, rápido, cumplidor y seguro siempre, estajanovista del periodismo desde muy joven y luego de la literatura, alcanzó mucho éxito y ventas con sus novelas policiacas, se hizo rico (pero ya digo que escribiendo sin descanso), y sin dejar de ser comunista hasta la muerte fue un escritor perfectamente establecido desde que llegó la democracia, mimado de varias maneras por el mismo poder, socialista y luego popular, al que fustigaba todos los lunes en su columna de El País. Con la riqueza, Vázquez Montalbán alcanzó la condición de bon vivant, que más de una vez justificó con una frase ingeniosa: “Estaría bueno que sólo los de derechas pudieran gozar de la vida”.

Pero a la altura de 2013, ¿se puede decir que va a quedar algo de él, o el purgatorio en que se encuentra (casi no hay libros de Vázquez Montalbán ahora en circulación, parece habérselos tragado la tierra; algo habitual en los escritores tras su muerte) conduce al infierno del olvido absoluto?

Entre tanto que publicó, me arriesgo a una selección drástica y puede que algo injusta, que desdeña continentes enteros de su producción. Algunos no voy ni a mentarlos. Sí vaticino que sus novelas del detective Carvalho no resistirán el paso del tiempo. Tal vez La soledad del manager y Los mares del sur (la mejor), y a lo sumo las dos o tres siguientes que escribió. A partir de 1985, mejor dejarlo. En cambio, quiero creer que aguantarían bien la relectura cuatro novelas sin género: El pianista, Los alegres muchachos de Atzavara, Galíndez y El estrangulador, esta última la más extraña y compleja de las suyas. Y, en fin, dentro de su tarea periodística ingente estoy seguro de que hay piezas memorables, en particular de los años sesenta y setenta, antes de que se hiciera opinador, que es más descansado. Merece la pena, por eso, consultar los tres volúmenes que Francesc Salgado ha seleccionado de esa obra, y que son lo más reciente publicado de Vázquez Montalbán.

Quiero traer aquí brevemente, por último, una cuestión que planteó hace una semana Arcadi Espada en su columna El correo catalán. Ya he recordado que MVM era rico y comunista. Esa doble calidad no está exenta de paradojas, que otros llamarían contradicciones. En fin, dado que no hay manera de enlazar sin más a las palabras de Arcadi, porque en la red es de los que cobran, las copio aquí sin más comentarios:

Comprenderás que el recuerdo de nuestro querido MVM, y sus agudas contradicciones, se me aparezca con mucha frecuencia en este tiempo de crisis y demagogias. También hay personas que llevan vidas estupendas (…) y dan su apoyo público a propuestas que supondríann la liquidación de su nivel de vida. Están en su derecho, desde luego; pero, como en el caso de MVM, no me parece que tengan que esperar al incierto triunfo de sus propuestas. Desde ahora mismo podrían ir desembarazándose de sus excedentes. Porque de lo contrario empezaremos a pensar (…) que la razón fundamental de su noble exposición de propósitos es que saben que, como aquella dictadura del proletariado oteada desde el balcón de Vallvidrera (barrio de lujo donde vivía MVM) , jamás podrá llevarse a cabo (…) El tipo que baja a la plaza a dar su apoyo a la nacionalización de los bancos, la disolución del Parlamento, la cancelación de las hipotecas vigentes y el cierre de televisiones y periódicos, ese hombre airado no puede subir a ninguna vallvidrera al caer la noche. Ha de quedarse a la intemperie. Cambiar el sistema es duro y carísimo y se necesitan su dinero y su ejemplo”.

2 comentarios:

David dijo...

Siempre me ha gustado mucho la literatura y por eso disfruto de leer mucho sobre distintos autores. En general leo en los viajes y por eso como ya compre los Vuelos a Australia y planeo leer bastante en el avión

Anónimo dijo...

El tipo de acusaciones como la acusación de hipocresía hecha por Arcadi a mí siempre me ha despertado dudas. Dudas sobre la premisa moral sobre la que se apoyan. Me explico. Parece que gente como Arcadi presupone que sólo puede denunciar una inmoralidad -en este caso, que el Estado permita que parte de su población sea pobre- aquél que la sufre. Que denunciar algo que uno no padece es hipócrita.
Si es eso lo que se presupone, la acusación no me parece justificada. Pues contra las inmoralidades se lucha también denunciándolas, y más cuando se trata de injusticias de tipo político, cuyos responsables está bastante claro quiénes son (obviamente entre ellos no está MVM).
Si hiciéramos caso a Arcadi y sólo pudiera denunciar injusticias aquél que las padece, porque de lo contrario sería hipócrita, creo que a buen seguro seguiríamos en un régimen de esclavitud egiptista.
En cuanto a las consideraciones literarias, estoy de acuerdo contigo.

Un saludo,

J.L.