La correspondencia mantenida durante cuatro años entre dos escritores célebres, Paul Auster y John Coetzee, ahora publicada en castellano, deja un sabor insatisfactorio. Es verdad que, aquí y allá, ambos nos obsequian con alguna idea atractiva, alguna confesión bien meditada sobre su labor literaria. Pero el conjunto levanta poco el vuelo. Pese a mi buena disposición frente al libro, no ha terminado de engancharme, y eso que lo he acabado con paciencia y esperanza.
El intercambio epistolar deja ver a un Auster siempre correcto, más cálido e incluso entusiasta que Coetzee, un Auster que no dice ninguna tontería pero es más previsible en sus reflexiones . En cambio, el sudafricano Coetzee, un verdadero grande de la literatura, muestra un deseo más acusado de salirse de caminos trillados, de pensar por su cuenta, sea sobre la crisis económica, sea sobre la importancia en su vida de los deportes, haciendo pruebas, ensayando ideas, aunque eso le distraiga por sendas perdidas o le reporte a veces (y con él a nosotros) magros resultados.
Entre puritanos. Me he fijado en particular en dos fragmentos de este libro. En el primero, Coetzee le reenvía a su interlocutor una carta que ha recibido. Y la precede de una sola pregunta: “¿Qué se puede hacer?”. Ese lector de su novela Hombre lento se ha fijado en lo que en determinado momento dice un personaje secundario de la historia: «Me siento decepcionado y me parece una vergüenza que un escritor que disfruta de un prestigio como el suyo se rebaje a usar insultos antisemitas, y además de forma completamente gratuita. (…) Su referencia a los “judíos” hecha de esa forma despectiva no añade nada valioso a la historia, y en mi opinión está de más. Para mi se ha echado a perder un libro interesante». Insisto, hablamos de una novela, y en ella la referencia a los judíos la hace un personaje creado por Coetzee, no este mismo.
Paul Auster responde a Coetzee con sensatas razones: No hagas caso, no pienses más en ello. Pero si quieres responderle, dile que has escrito una novela, no un panfleto sobre comportamiento ético, y que solo porque un personaje diga lo que dice no significa que tú apruebes sus manifestaciones. Que esa es la lección primera de “Cómo leer una novela”.
Pero a Coetzee la carta de esa lectora le ha golpeado en alguna fibra sensible y no puede, al menos para sí mismo, dejarla pasar sin más. Y le responde a Auster: «Mi pregunta sigue en pie: ¿Qué se puede hacer con esto? Porque —siendo el mundo como es, y sobre todo siendo el siglo XX como era— una acusación de antisemitismo, igual que una acusación de racismo, lo pone a uno a la defensiva. “¡Pero es que yo no lo soy!”, te vienen ganas de exclamar, extendiendo las manos para enseñar que las tienes limpias. La verdadera pregunta, sin embargo, no es quién tiene las manos limpias y quién no las tiene. La verdadera pregunta surge de ese momento en que te obligan a ponerte a la defensiva, y del sentimiento desolador que viene a continuación, esa sensación de que se ha evaporado la buena voluntad entre lector y escritor, esa buena voluntad sin la cual leer deja de ser un placer y escribir empieza a dar la sensación de ser un ejercicio impuesto y fatigoso. ¿Qué se puede hacer después de eso? ¿Para qué seguir cuando te están retorciendo la palabras en busca de desaires y herejías encubiertos? Es como estar otra vez entre puritanos».
Puritanos... Como escribió Emma Goldman, «el puritanismo nos ha hecho tan estrechos de mente y de tal modo hipócritas, y ello por tan largo tiempo, que la sinceridad, así como la aceptación de los impulsos más naturales en nosotros, han sido completamente desterrados con el consecuente resultado de que ya no pudo haber verdad alguna, ni en los individuos ni en el arte».
Las palabras de Coetzee las he asociado con otras que leo de Muñoz Molina en su ensayo de ahora mismo, Todo lo que era sólido: «Muchas cosas, simplemente, no pueden decirse. Ningún comentario sarcástico o negativo está permitido sobre ninguna ciudad (con excepción de Madrid), pueblo, provincia, comarca, región, nacionalidad, acento, gremio, colectivo organizado. Hasta la broma más suave puede ser entendida como un agravio, y como en España una cosa que abunda mucho es la valentía colectiva y anónima, sobre todo cuando se ejerce sobre una persona inerme, el que diga algo inconveniente corre el peligro de un linchamiento que no siempre se queda en lo verbal, o en lo simbólico: no faltarán ultrajados que difundan por Internet su teléfono y su dirección, por ejemplo».
La moral del escritor: Sobre su compromiso con la escritura, con el lenguaje, Coetzee no es que diga nada nuevo, pero resulta admirable la escrupulosidad con que se toma su trabajo, su exigencia radical al afrontarlo, más allá de toda recompensa económica o social. «Yo me sorprendo a mí mismo dedicando horas enteras a pulir textos en prosa hasta dejarlos impecables, más allá de lo que se requiere para que los publiquen y por tanto para que me paguen. Supongo que me puedo excusar diciendo “No soy de esas personas que entregan prosa defectuosa”, igual que podría decir: “No soy de esas personas que se bajan de la bicicleta y andan” (que se bajan de la bicicleta y andan aunque no haya nadie mirando). Creo que esa es la parte interesante. Pocos lectores tienen idea de lo que cuesta dejar un párrafo perfecto. Si te bajas de la bicicleta y andas no te va a ver nadie, ni tampoco si lo dejas estar todo y bajas la colina sin pedalear. ¡Pero yo no soy así, esa no es la idea que tengo de mí mismo!»
4 comentarios:
decía que queda claro que de cualquier libro siempre se saca algo bueno o tal vez quien lo lee.
Siempre va a haber gente que se aprovecha de su posición aviesamente, y ese puede ser el creador o su destinatario. Que se haga apología del nazismo no me parecería de recibo, pero muchas veces hay gente esperando cualquier manifestación artística para hacerse la víctima e imponerse a los otros sin motivo. Esto me recuerda (aunque parezcan cosas muy distintas) a lo que acaba de ocurrir en Valencia. No soy valenciana y solo las he visto una vez, hace ya años, pero no me parece lógico que hagan retirar un par de figuras (y muchas más si se les hubiera antojado) porque supuestamente van contra su religión. El que no esté de acuerdo con algún elemento de una entrañable y arraigada fiesta popular que no vaya a verla.
Estoy harta de esos que se ofenden por cualquier cosa, salir de casa sirve para abrir la mente, si la dejamos tan cerrada como antes lo único que conseguiremos es amargar y amargarnos.
Totalmente de acuerdo con Molina de Tirso. Saludos
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