San Sebastián. Mañana de sábado. El día es limpio, espléndido, frío. La parte vieja no tiene todavía a estas horas, un poco antes del mediodía, la animación de txikiteo que ganará una hora después. Camino de la librería, me doy de bruces con un pequeño grupo de txistularis y trompetas que dirige, pequeño y enérgico, uno de los famosos payasos de la ETB (¿Txirri, Mirri? Txiribiton seguro que no: al desconocer el euskera, está condenado al silencio: es el que recibe las bofetadas). La banda suena muy bien. Como van en mi dirección, acompaso mi ritmo al suyo. Disfruto pegado a uno de los trompetas, mientras lanzo ojeadas a la pequeña partitura que lleva frente a sus ojos, cogida con una pinza al instrumento.
Justo al llegar donde la librería, la banda termina el pasacalles, y enseguida un hombre que les acompaña (¿del ayuntamiento?, ¿de alguna sociedad nacionalista?) comienza a repartir paquetes de hojas grapadas con letras de melodías populares vascas. En tres minutos se arremolina un pequeño gentío que apenas deja resquicios para que pase nadie. Nuestro payaso-txistulari, nariz aguileña y gestos de mando, indica en euskera el número del tema que vamos a cantar y marca la entrada a todos los que nos hemos hecho con las letras. A su señal, nos arrancamos, primero tímidamente y pronto con entusiasmo. Triste bizi naiz eta, hilgo banintz hobe (vivo triste, y ojalá muriera), entonamos a ritmo de tres por cuatro, bien apoyados en los músicos para no irnos de tono.
Nos engolfamos después con la deliciosa Ume eder bat, una de las que prefiero del bardo Iparaguirre. El orfeón ha crecido, porque han seguido parándose hombres y mujeres que acometen el estribillo a voz en grito. Los que no quieren ni mirarnos y sólo desean atravesar la masa que bloquea la angosta calle de Fermín Calbetón, son vistos con desprecio. Se trata sin duda de personas insensibles, inmunes al dulce y tibio entusiasmo que nos transporta cuanto más volumen ganamos.
Cuando llega la última canción en esta estación del viacrucis musical, el solemne Oi ama Euskal Herri, un quejido que Benito Lertxundi grabó incluso con orquesta sinfónica, ya me daría igual culminar gritando ¡Gora Euskadi Askatuta! o cosas mucho peores. Mi corazón rebosa nostalgia y añoranza de un mundo más cálido, y se desborda también de pena y gozo, de exaltación reivindicativa y de ganas de abrazar y besar a todos los que conmigo vibran cuando alcanzamos el éxtasis: Oi ama Eskual Herri goxua, zutandik urrun triste banua (Oh, dulce madre Euskal Herria, triste me alejo de ti).
Por la tarde, tras la copiosa y alcohólica comida con unas amigas queridas, inmóvil frente al mar con el sol como único compañero, y sin otro proyecto ni inquietud, me viene a la memoria Ernest Gellner. En el prólogo del libro póstumo de este gran filósofo y politólogo, Nacionalismo –texto implacable sobre esta teoría o religión política-, su hijo recordaba que Gellner, que aunque ciudadano británico era originario de Checoslovaquia, se emocionaba hasta las lágrimas cuando, de tanto en tanto, cantaba viejas canciones de Bohemia que él mismo se acompañaba diestramente con un acordeón. Empieza a hacer frío de verdad, y, como no sé qué hacer con tantos sentimientos encontrados, decido echar a andar a muy buen paso.
3 comentarios:
Estimado editor:
Mi recién estrenado Sage de Firefox me avisa de que acaba de publicar ud. una nueva entrada.
Esperaba leer la segunda parte de su anterior artículo y me encuentro con este momento Dinio a noventa kilómetros de su casa. Hombre, se detectan las ironías de rigor, pero hay ¡Ay! un no se qué de domingo por la tarde, cuando todo se afloja... Qué se yo.
De todas formas esta comparación entre la melancolía propia y la de los otros ¿No dará para un cuartillo de vino blanco puesto a enfriar?
Aperitivo:
Al este de Aoiz, hay un pueblo que, en su mejor momento, apenas contó con veinticinco vecinos.
Hace ya unos años, cunado sólo quedaba una familia hallábase la madre sola, trajinando en la cocina con la ventana abierta. Afuera sólo quedaban las ruinas de otras casas y la maleza creciendo entre ellas. Le pareció a la buena mujer oir algún ruido. Se detuvo un momento para escuchar y nada oyo y regresando a sus labores, dijo para sí: -¡Bah! ¡Pasacalles!
Pase buena semana
Fe de erratas.
línea 22: Oyó por oyo.
Querido señor de Passy:
Lo que he escrito hoy me rondaba en la cabeza hace dos semanas. No se me iba. Pero, en fin, puede que tenga usted razón y me haya quedado sobao. No puedo ser, y menos así, en caliente, el mejor juez. Habrá que hacer cineforum con el vino blanco de acicate, la idea siempre es sugestiva.
¿Qué programa es ese que le avisa? ¿Sage? ¿Firefox? Ahora sí que se me ha puesto cara de Dinio.
Publicar un comentario